En junio de 2009 la desnutrición y la mortalidad infantil pegaban durísimo en la provincia de Tucumán, una de las más castigadas en la Argentina por las malas políticas en materia social.
Desde 2003 y hasta la fecha, gobierna esa castigada provincia el eterno José Alperovich, un mandatario dominado por la egolatría y los excesos, capaz de exhibirse con su amada montado en un camello en las lejanas arenas árabes, mientras la televisión muestra a sus gobernados padeciendo el hambre y la miseria.
Quizás por ser también modelo de obsecuencia y obediencia, el gobierno nacional siempre lo protegió y lo amparó, contándolo como un buen amigo de la presidencia. Aquel junio de 2009, se retiraba del cargo, demolida por su propia impericia, la ministra de Salud Graciela Ocaña y llamaban a unirse al gabinete nacional al vicegobernador de Alperovich, el cumplidor Juan Luis Manzur.
Multifacético, Manzur supo ocupar sillones de funcionario en San Luis, en La Matanza y en Buenos Aires, además de alguna universidad. Entre 2002 y 2007, antes de ser candidato testimonial y dos veces vicegobernador, ejerció como ministro de Salud de su amigo Alperovich. Entonces fue acusado de falsear las estadísticas, obligando a los efectores de salud a presentar como muerte fetal los casos de decesos neonatales.
Las denuncias, por supuesto, nunca trascendieron en Tucumán, mientras el domador de camellos Alperovich y su coequiper Manzur mostraban orgullosos que habían “descendido” las tasas de mortalidad infantil. Inexplicable en una provincia diezmada por el hambre, la miseria y la deficiencia de un sistema sanitario empobrecido.
Convocado por Cristina, a lomo de su ductilidad para sobrevivir, Manzur transitó estos cinco años entre la impericia y el cuasi anonimato, logrando esquivar las críticas a fuerza de no ser tenido en cuenta y de tapar con dineros públicos la falta de políticas certeras.
Cinco años en los que jamás se dedicó a visitar las provincias argentinas y mucho menos la nuestra.
Su desconocimiento sobre la realidad de la Salud en Tierra del Fuego es total, pero ello no le amilana para opinar y decir las cosas que su amiga Fabiana Ríos le pide que diga.
“El funcionario nacional manifestó su preocupación por el arancelamiento hospitalario, considerando que el mismo es perjudicial para el sistema de salud pública”, cuenta la gacetilla oficial que Manzur dijo, dejando más que complacida a su visitante, la gobernadora de Tierra del Fuego.
Nada dijo Manzur (seguramente nadie lo puso al tanto) de que los hospitales fueguinos se mantienen en pie malamente a fuerza de donaciones, ayudas externas, abandono de sus servicios básicos y políticos corriendo maratones para adquirir equipamiento.
Nada opinó Manzur de que el desarancelamiento, junto a una pésima política en la materia, han vaciado los hospitales en favor del infame interés de algunos prestadores privados.
Nada expresó Manzur acerca de que los más necesitados deben restarle a su sustento para pagar atención médica en el privado porque los hospitales ya no tienen con qué contenerlos, mientras los centros de salud primaria permanecen meses enteros cerrados, inactivos.
Nada sabe Manzur de que un intento por arancelar los hospitales para proveerlos de algunos fondos, resultó en otro tremendo papelón de la Legislatura, mientras miles de pacientes esperan que alguien decida cuál es la política correcta a seguir.
En tren de dejar satisfecha a su visitante la gobernadora, Manzur (dicen) ofreció venir pronto a Tierra del Fuego. Si ocurre la improbable circunstancia de que se cumpla esa promesa, entonces podrá conocer una realidad de la que se apura a hablar desde la más supina ignorancia. Y tal vez hasta se alegre de saber que hay una provincia donde la Salud está en peor estado que en la que él administró antes de ser premiado por su cristinismo inconmovible.
Mal de muchos, consuelo de inútiles.
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