Hay dos clases de Grammy Latinos. Una historia es ganarse uno de los que se dan durante la fiesta televisada y otra, llevarse uno de los que se entregan a las dos de la tarde, en un subsuelo, en una ceremonia sólo transmitida por Internet. En la primera, la entrega de doce premios tarda tres horas y está adornada por un gran show al estilo Las Vegas: hay multitud de músicos y bailarines, gente colgando de arneses y hasta bailando dentro de una pileta, lluvia de papelitos, humo, pirotecnia y diez mil espectadores. Se premia al pop, la bachata, el merengue, la música regional mexicana, la ranchera, el reggaetón; canta Juan Luis Guerra, el trío mexicano Camila (los grandes ganadores de la noche, con tres Grammy cada uno), Marc Anthony, Wisin y Yandel, Enrique Iglesias, Ricky Martin, Rosario Flores y muchos más.
En la segunda, 34 categorías se amontonan en una hora y media; se premia al tango, el rock, la música cristiana, la música brasileña, y hay dos sencillas actuaciones (de la brasileña María Gadú y el ecuatoriano Juan Fernando Velasco) ante 300 personas. No se necesita ser muy sagaz para entender qué es lo que privilegia la Academia Latina de Grabación; o sea, qué es lo que privilegia la industria musical latina de los Estados Unidos.
Son las dos de la tarde, entonces, y uno va en busca de los primeros Grammy Latinos del día. Para llegar al centro de convenciones del hotel Mandalay Bay, lugar del evento, hay que atravesar salones de tragamonedas, patios de comida, hasta una sala con un pequeño acuario: un resumen de Las Vegas, donde todo es una mezcla entre casino, shopping, hotel, cabaret, parque de diversiones y Cirque du Soleil (hay como media docena de shows distintos del circo cool ). Nos cruzamos de todo, pero el lugar de la premiación no aparece. Falta bajar unas escaleras mecánicas y caminar un interminable pasillo hasta dar con el gigantesco salón: lo primero que se ve es una 4×4 estacionada adentro, sobre la alfombra. Más allá, unos paneles intentan acotar la inmensidad del lugar para darle un marco más reducido y no tan gélido a la ceremonia. Cada quien se sienta donde quiere; sillas sobran.
Conducida alternativamente por una ex Miss Universo, la venezolana Bárbara Palacios, por Hebe Camargo, “la reina de la televisión brasileña”, y por la española Shaila Durcal -hija de Rocío-, si algo caracteriza a esta ceremonia es la ausencia de los premiados. Sobre todo de los brasileños, que tienen categorías y presentadora exclusivas pero, seguramente conscientes de su rol secundario, no vinieron (y, la verdad, suena a burla incluir en este segmento a gente como Gilberto Gil -ganó dos estatuillas- o Adriana Calcanhotto -ganó una-). Toda una definición sobre la naturaleza de los premios, la terna Mejor Album de Tango la gana Aída Cuevas -por sobre Leopoldo Federico y Hugo Rivas, por ejemplo- con su disco De corazón a corazón Mariachi Tango , y lo que dice al subir a recibir el premio es “¡Arriba México!”. Uno de los que festeja en la platea es un tipo con smoking y máscara de lucha libre mexicana. Es El Jimador, y si no se saca la máscara no es de excéntrico: como Piñón Fijo, sin ella nadie sabría quién es. Las lágrimas llegan cuando Fuerza Natural (Gustavo Cerati) se impone en Diseño de Empaque y Roy García, director de arte del disco, se lo dedica al músico con la voz entrecortada: “Se lo agradezco especialmente a Gustavo, que siempre quiso que fuésemos más lejos, más lejos y más lejos”. La emoción se repetirá al rato, cuando Fuerza Natural sea nombrado Mejor Album de Rock y Rafael Vila, ejecutivo de Sony Music, agradezca en nombre de toda la familia Cerati a los fans y músicos “que no pierden la esperanza”. Y todavía falta que Déjà Vu gane como Mejor Canción de Rock.
Un rato después, la mexicana Ely Guerra -les ganó en la categoría Música Alternativa a Banda de Turistas y El Cuarteto de Nos, entre otros- hablará de “un ser superior que tenía que imponerse y se merecía este premio y mucho más por su legado”. Solidario compulsivo, León Gieco -su video de Mundo Alas estuvo nominado- le preguntará a la gente de Sony cómo ayudar: “¿Qué se puede hacer por él? ¿Se lo puede visitar, organizar algo? Lo que sea, me tiro de cabeza. Por ahí puede escuchar… Yo vi una película, La escafandra y la mariposa, donde el tipo sólo podía parpadear con un ojo y así escribe un libro. Por ahí…” Más allá, Jorge Drexler también se mostrará sensibilizado por el tema: “Fue algo muy conmovedor durante la ceremonia para todos los que estamos a la expectativa de su situación. Es un grande que ojalá volviera”. ¿Qué habría dicho el propio Cerati? Tal vez algo parecido a lo que nos decía en 2006, cuando en Nueva York ganó sus dos primeros Grammy Latinos: “Cuando los ganás, son importantes”, bromeaba. “Son reconocimientos que, quizá, son más para los demás que para uno: a partir de recibirlos, uno no para de recibir también felicitaciones y muestras de alegría de parte de la gente que tiene que ver con la industria. Siento la palmada en la espalda de la gente del medio. No me lo creo mucho, pero está bueno”.
Drexler fue el único músico de un país ubicado bajo el Ecuador en tener cierto protagonismo. Aunque no ganó ninguno, estuvo nominado a cuatro -un par en el horario central-, y le tocó entregar uno en la ceremonia televisada. Es la realidad de estos premios: la fiesta está orientada al mercado de los inmigrantes latinos de Estados Unidos, es decir, a esa inmensa mayoría de mexicanos, sobre todo, pero también caribeños y centroamericanos. Funciona como una celebración del creciente poder de la comunidad hispana en este país. Y, a la vez, como reivindicación ante los blancos anglosajones. No por casualidad en el guión de uno de los conductores de la gala, el humorista Eugenio Derbez -un Marcelo de Bellis mexicano-, figuraban chistes sobre el trato que reciben acá los hispanos, del tono de “aquí la gente ve un latino con smoking y piensa que uno es valet parking”. En diálogo con su compañera de conducción, la mexicana Lucero, dijo “estoy orgulloso de ser latino”, a lo que ella acotó “Claro, cuando vinimos a este país, entregamos todo”. Y él remató: “Exacto: flores, pizza, coches en el parking”.
A la reivindicación étnica se sumó Plácido Domingo, luego de ser ovacionado de pie al recibir su premio a la Persona del Año 2010 de manos de Ricky Martin: “Con este show hemos visto cómo sabemos hacer las cosas, cómo cada día vamos creciendo en belleza, en demostrar que los latinos tenemos una fuerza, una alegría y una dedicación por lo que hacemos”. No deja de ser toda una definición que el premio a la música en español y portugués se llame Latin Grammy. Así, en inglés.
Fuente: Clarín