SEMBLANZAS
Por Jorge Daniel AMENA (*)
VENCIMIENTOS
Existen para el título que encabeza estas líneas, numerosas acepciones del orden literario, (si lo podemos llamar de esa manera).
O bien le puede llamar como a usted le plazca. El punto es que existen varias acepciones para ese concepto.
Muchas veces me he preguntado qué hago a estas horas escribiendo, cuando me gano la vida haciéndolo, o sea escribiendo otras cosas, que significa trabajo y que a su vez se convierte en sustento.
De tanto preguntármelo logré descubrir que escribir me brindaba una irrealidad esencial. Para hacer las cosas más simples, contemplar la vida como los demás, pero ofrecer una realidad alternativa.
Y los vencimientos entonces. Puede significar la victoria en el campo de batalla, la derrota del oponente en una disputa de habilidades deportivas o intelectuales. Escenas donde general y mayoritariamente- en los guiones de tinte bélico, se repiten hasta el infinito.
Pero hay otros vencimientos, generalmente los diez de cada mes, y el escenario no es una colina de Urbenistan, sino una realidad de concreto helada.
Escuchará usted: “!Oh, No siento las piernas¡”; “!Tengo frío”; “En caso de… (Pausa) entrega esto a Mary…Mary es… (Silencio y estupor) – No quédate conmigo, no me dejes, vuelve, vuelve por todos los demonios!!!”.
Comienza a desplegarse una húmeda neblina que difumina las siluetas circundantes, un papel apretado en una mano y temblorosa, acompaña la frase… “Hazlo por mí, ella entenderá. Cierra los ojos.”
“Ve una casa con algunas acacias en flor y otros árboles olorosos, espinos rojos, plantas trepadoras, un gran nogal que había sido respetado, y varios sauces llorones plantados en los arroyos. Detrás había un gran macizo de hayas y abetos,…” (1)
No tiene un aspecto corpulento pero a la luz espectral del amanecer tardío, parece enjuto y avejentado, Utilizando una saliente caprichosa que la naturaleza (o alguien ha colocado allí por algún motivo, o por ninguno) observa una larga fila de penitentes, mujeres y niños, padeciendo la tempestad, la misma que soporta con esa punzada en el pecho, que le impide respirar.
– Y me dicen que está prohibido fumar; piensa mientras esboza más una mueca que una sonrisa. Setenta años le oprimen el esternón.
La larga fila de penitentes avanza casi hasta el vallado que de puertas sólidas que ofrecerá cobijo de la lluvia, pero no del frío, que arrecia, como si se hubiera apagado el mismísimo sol.
Mujeres con los calzados empapados sostienen niños de corta edad en los brazos, alguna de ellas embarazadas.
A las pocas luces que iluminan la situación, la sola visión de la desolación no hace más que empeorar los ánimos, pero nadie tiene la fuerza ni la intención de reaccionar con violencia o queja alguna.
Las paredes implacables, frías como criptas, dan lugar al cobertizo finalmente, donde lentamente un señor recibe papeles y entrega otros.
No hay ninguna expresión en su mirada.
Con el papel arrugado, pregunta por Mary. Le contestan que no ha venido, que vuelva mañana.
(Mañana es nunca, se dice).
Regresa como puede y logra colocar a su amigo apoyado, primero contra su torso y después pasar el brazo por entre sus brazos y llevarlo a un lugar más seguro.
No se pagaban las jubilaciones ese día, No la suya.
El asilo queda demasiado lejos…
“Vuelve la cabeza, siente que el corazón se le alarga, que al corazón le ha nacido algo desconocido hasta ahora. Y piensa en las raíces amarillas de las humildes plantas de su tierra.”(2)
(1)Honorè de Balzac (El Médico de la Aldea)
(2) Ignacio Aldecoa. (El corazón y otros frutos amargos)
(*) Escritor, Abogado Constitucionalista – Ex Juez Nacional – ex Legislador provincial y Convencional Constituyente Nacional – Miembro permanente de la UNV(United Nations Volunteers) de la ONU.
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