Sanz dio pie a esas versiones potenciando a Martín (“esas son palabras de un gobernador”, dijo respecto del discurso del intendente en el Foro Radical) hablando de candidaturas y buscando aliados políticos fuertes en el distrito, haciendo caso omiso a la necesidad de respetar el fin estrictamente académico del Foro y desoyendo las preocupaciones acerca de las denuncias de corrupción en el Municipio de Río Grande.
Era un día de gloria para las urgencias políticas de Martín que parecía tener el camino allanado hacia la candidatura a gobernador por la UCR, tanto que se permitió la falsa modestia de decir que “no me desvela” esa posibilidad.
Los desvelos, sin embargo, llegaron de inmediato y desde los orígenes menos pensados: despechada políticamente, la diputada Bertone sacó a la luz las negociaciones de Martín (con ella misma como operadora en el 2003 y ahora) con sectores kirchneristas que no veían mal la posibilidad de presentarlo como candidato del FpV en Tierra del Fuego.
Bertone había explotado una bomba que salpicó esquirlas en todo el entorno de Martín, y el recuerdo de la traición, (cuando se alió con la Democracia Cristiana para derrotar al radicalismo) sonó fuerte, quizás más que en el mismo año 2007 en que se produjo el “desliz”.
Lo peor vendría, sin embargo, sobre el fin de semana. La llegada de Ricardo Alfonsín, empeñado en reforzar y honrar la imagen que su padre dejó de honestidad e integridad democrática, ya venía siendo un problema para el Intendente de Río Grande que veía cómo los concejales y algunos otros dirigentes radicales le robaban el protagonismo que él nunca creyó podía peligrar.
Intentó forzar la situación llevándose derecho del avión a su despacho al ilustre visitante y mandó a publicar en tiempo record la gacetilla que lo presentaba como anfitrión excluyente. Luego, en el comité, cometió el imperdonable exceso de poner a trabajar el aparato y el protocolo municipal en un ámbito que le era completamente ajeno.
Mientras tanto, y a pesar de los esfuerzos denodados de su entorno, muchos radicales le hacían llegar a Alfonsín algunos “detalles” de la conducta partidaria e institucional del jefe comunal, algunos por lo bajo, otros a viva voz en medio de los discursos en el Comité.
El golpe final lo daría el mismo Ricardo Alfonsín. Su alocución ante los militantes (en las que nombró varias veces a Federico Sciurano y ninguna a su par riograndense) estuvieron llenas de alusiones a la transparencia, a la participación, a la humildad y al respeto por las disidencias. Tanto hablar de transparencia y honestidad en la cara de Martín pareció tener un profundo significado, imposible de soslayar.
Fue demasiado. Los nervios y el disgusto del intendente eran imposibles de disimular cuando todos bajaron del palco. Y las dudas acerca de su candidatura ya arreciaban para entonces, y se lo hacían saber varios con los que discutió notoriamente en medio de la muchedumbre.
Muy cerca, Sciurano platicaba con Alfonsín y le contaba sus esfuerzos por erradicar la corrupción de la estructura municipal. La comparación con Río Grande suena odiosa, demasiado odiosa.