SEMBLANZAS
Por Jorge Daniel Amena (*)
TIEMPOS PERDIDOS
Uno puede (y de hecho a veces lo hace) perder los lentes, las llaves, lamentablemente dinero, partidos de fútbol, la paciencia e innúmera cantidad de cosas muebles o inmuebles, y hasta afectivas. Algunas son pasibles de ser repuestas, recompradas o recuperadas. Pero el tiempo que uno pierde, eso no.
Diría Aristófanes: “Con el tiempo no se jode”. (En realidad no se sabe si es la traducción exacta, pero era más o menos, como queda escrito).
Y es cierto; el tiempo que se pierde no se recupera jamás.
Contamos para ello con la elocuencia de la medición del tiempo, en horas, días, años, lustros y lo que usted quiera es una medición humana, acorralada precisamente por esa condición, la que la concierte en caprichosa y falible. Por eso hay civilizaciones que van por el año 4098, y cada uno celebra las fiestas cuando se le canta el calendario.
La hora; esa tirana de 60 minutos que atrasa o adelanta, se incumple generalmente porque, además de la inconsistencia de la medición del tiempo, hay quienes tienen su propia forma de medir el tiempo, haciendo lo que les plazca.
Los impuntuales, los apostatas del dios Cronos (el que se come a sus hijos, aquel que se devora las horas los meses y los años).
Los que incumplen el horario pactado, y que se alimentan de las sobras del poco tiempo del que usted dispone.
Nada más ni nada menos que lo único que usted no podrá jamás recuperar. Su tiempo.
Pero una cosa es perder el tiempo y otra que te lo arranquen del seno de la limitada cantidad de días que significa el efímero paso de uno por este estadio que algunos han coincidido en denominar Vida.
No sé qué piensa usted, a mi no me gusta que me estafen, me timen, me roben, me mientan y me despojen de eso que es mío y solo mío.
Como yo, piensan muchísimos. También muchísimos no piensan como yo.
En lo particular estoy hasta el moño, que me afanen el tiempo. Primero porque me queda poco y segundo porque está mal, aunque la primera tiene muchísima más relevancia, dadas las circunstancias.
Es mentira que en los partidos de fútbol se recuperan los minutos que se perdieron durante el partido. Es mentira que los días de clases perdidos se recuperen; el chico que tenía nueve años al momento del inicio de la medida de fuerza (independientemente de su justificación, que no viene al caso) ahora tiene 9 años y 13 días y mañana 14 o quince o cuarenta.
¿Cómo hacemos para recuperar las cosas que no sucedieron?
¿Cómo se habría de tener nostalgias de las cosas que jamás fueron?
Puede ser que usted considere que leer esto es una pérdida de tiempo, y que es una pérdida de tiempo escribirla y más aún publicarla.
No existe cosmetología posible para emparchar el tiempo perdido. Cuando Las Furias bajan de su sitial, el tiempo no se detiene, se acelera, uno envejece rápidamente, descree y muere, al menos parcialmente.
Se crispan los ánimos, se obstruyen las arterias, y no existe de momento botox para renovar el alma.
En suma, el tiempo perdido es, de todas maneras, una de las más eficaces modalidades que el hombre -como tal- ha utilizado para la definitiva derrota de la irrecuperable pertenencia del propio ser.
Debe ser una de las pocas circunstancias humanas donde todos pierden.
Y como en todo conflicto que implica la aniquilación del tiempo, la primera víctima es la verdad.
(*) Escritor, Abogado Constitucionalista – ex Legislador provincial y Convencional Constituyente Nacional, colaborador permanente de la ONU para Asuntos de Africa.
(Se autoriza la reproducción, citando la fuente. Rogamos informar acerca de su publicación.)
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