Está a ocho cuadras del centro, en un barrio que crece a pasos agigantados, en una de las zonas más caras de Río Grande y a no más de cien metros de dos enormes supermercados en cuyos depósitos se albergan toneladas de alimentos.
Todos la conocen como “la cava”, no requiere más descripción y es el cálido hogar que miles de roedores encuentran propicio, cuando no salen de paseo por las casas de los tres barrios que la rodean o “van de compras” a uno de los dos supermercados vecinos.
Junto a los roedores conviven en la profundidad de la cava y entre la inmundicia, indigentes o gente de mal vivir que hasta una precaria casilla construyeron y que alguien “demolió” este fin de semana.
No son pocas las denuncias que se han hecho, numerosos los reclamos a un municipio que se jacta cínicamente de tener premios en materia de saneamiento ambiental, sobradas las promesas y gacetillas de prensa que hablan de solucionar el problema de la cava, pero la realidad parece sugerir que existe una especie de decisión tomada respecto de que el sitio debe seguir siendo el receptáculo de cuanto camión con escombros o basura ande dando vueltas en la ciudad.
Tanto dislate se ha dicho desde el Municipio para disminuir el efecto de los reclamos, que hasta hubo un secretario de Martín que propuso, en un ataque de enfermiza creatividad, colocar en el lugar cámaras de vigilancia para detectar a los supuestos infractores.
La única acción que requiere el asunto es rellenar la cava y, si no se piensa acondicionarlo como espacio verde, alambrarlo tal como se les exige a los particulares. Pero la decisión de mantenerlo ”habilitado” como basural clandestino parece ser un hecho. Y mientras tanto, las propuestas afiebradas y las declaraciones escapistas son el método que los funcionarios de Martín (y el propio intendente) encuentran a mano para estirar los tiempos.
Las ratas, agradecidas de que el desalojo nunca les llegue.
Las imágenes son claras, toneladas de inmundicia son caldo de cultivo de todo tipo de infecciones, mientras los camiones desfilan vaciando sus contenidos en el sitio, impunemente.
Algunos afirman que existe un acuerdo tácito entre funcionarios y constructoras para ir rellenando el lugar sin costo, mientras los camioneros encuentran un vaciadero cercano donde dejar sus desperdicios.
Lo cierto, lo seguro, es que el lugar es un gigantesco foco infeccioso, tan peligroso como la desidia y la falta de escrúpulos de funcionarios desentendidos completamente de la salud ambiental, aunque se precien de acumular premios y distinciones y de ser los responsables de “una ciudad saludable”.