BARRIO CONTRA BARRIO
Pocas circunstancias se recuerdan como tan épicas como esas jornadas de sábado a la tarde, o en su caso de domingo a la mañana donde se llevaba a cabo el encuentro portentoso, desafiante, vital, donde estaba en juego el honor, la honra de los dos colosos barriales (que distaban 8 cuadras de distancia) entre uno y otro.
Era Atenas contra Esparta, Alejandro Magno contra los Persas, los unos versus los otros. El colosal convite a la confrontación donde se jugaba todo. Nosotros contra ellos, o Ellos contra nosotros depende de cómo se mire, pero allí estábamos. Orfandad de travesaño y de redes en cancha de baldío, y referí virtual. Once contra once, de suplentes nada.
Si alguno se cansaba o faltaba alguien a cualquiera que pasaba se lo invitaba a jugar para uno u otro bando, previo consentimiento de los jugadores y o los capitanes de cada equipo. Una especie de Concejo Asesor.
Que prontamente analizaba las potencialidades del pretendiente, y se concedía la autorización o no. Generalmente el tipo, tenía pantalones largos y zapatos, y quizás hasta saco y una corbata finita del color de la herrumbre; un viajante de comercio, o un habitante desconocido trashumante en la vida, que obtenía entidad por un instante.
La pelota era el tema principal. Como en la vida real, quien la tenía era dueño de la mitad de la realidad. La pulpo de goma no servía para estos menesteres de cancha grande, además rebotaba mucho.
Un vecino medio gordito, de lentes cuyo padre era dentista y se decía que hipnotizaba a los pacientes en vez de anestesiarlos tenía una número 5, pese al temor que nos daban las historias que se contaban del consultorio y de las prácticas “paranormales” del profesional padre del susodicho, fue aceptado en el equipo, (al arco de cajón) `por portación de esférico situación esta que confería un status por demás importante, por no decir determinante.
El partido: Pactado en dos tiempos de 45 minutos, podía convertirse en un tiempo de 60 y el otro hasta que se desempatara (o se empatara) según el caso, con visos de eternidad y muchas veces primaban las razones convincentes por cierto extrafutbolísticas como un buen sopapo de alguien a otro alguien que zanjaba la cuestión de medición del tiempo. El trámite era, todos correr detrás de la pelota sin formación táctica alguna, o sea todos adelante y todos atrás según las circunstancias.
El resultado: Los tantos (goles) eran debatidos con fervor de acuerdo a su validación o no, las mociones eran: afuera, adentro, se fue por arriba… (La ausencia de travesaño y red complicaban esa decisión) y generalmente se tomaba en cuenta la altura del arquero. La cantidad de goles por equipo variaba caprichosamente según ellos ganaban según nosotros perdían ellos, y si la cantidad de goles era cuantitativamente abultada, ya se perdía la noción del resultado, que se resolvía con un operativo y salomónico, Bueno empecemos de cero, a pesar de haber jugado más de una hora.
Las infracciones: Cobradas o no por los mismos jugadores generalmente eran infundadas, y claro está no estaba contemplada la simulación, para que se cobrara un penal la evidencia debía ser tal, que o se acompañaba la partida de defunción de la víctima, o se debía encontrar perfectamente legible la sigla “sacachispas” en medio de los genitales o alguien ser sorprendido con la pelota embolsada dentro del área, con ambas manos, o no había penal que valga. El “orsay” no existía como se vivían épocas de dictadura (hubo muchas) las leyes estaban suspendidas, esa ley también. Era normal encontrar a un delantero tomando agua en la canilla ( única ) cerca del área contraria, o bajo un paraíso, e intervenir cuando la pelota recorría esos parajes…a nadie se le hubiera ocurrido reclamar posición adelantada, so pena de sufrir espantosos escarnios.
Actividades comunes: dentro del área o fuera de ella, absolutamente permitido bajarle los pantalones al adversario en un córner y dejarlo en pelotas, tocadas de culo, a alguien mientras tomaba carrera para tirar un tiro libre, o en cualquier secuencia del partido, menciones perfectamente válidas a madres, abuelas y básicamente hermanas de un jugador rival (o de varios), con réplica incluida, con o sin la pelota en juego, y aún más colocar mantos oscuros respecto de la sexualidad de tal o cual participante.
Final del juego: El juego no finalizaba con un pitazo, y los dos brazos en alto de alguien, se producía una lenta disolución del núcleo compacto que conformaban brazos, piernas, y cabezas transpiradas, uno porque le tocaba el turno rotativo en la fábrica donde trabajaba, otro a bañarse para ir a “hacer el novio” expresión que se perdió en el tiempo junto con el personaje, los más, acalambrados y aburridos por partes iguales, si el partido había sido extenso en el tiempo. Las rodillas llenas de raspones, y la ropa tatuada de pasto y tierra, la mayoría de regreso a casa, algunos en medias, o directamente descalzos, esquivando los riachos de brea derretida, sobre el “mejorado” de la calle adornada de plátanos, que también se diluyó un día cuando el cemento y el asfalto ganaron la batalla, y las plantas de hinojos que nos acompañaban refrescando la resolana, con su sabor extraño y entrañable, también se fueron para siempre. Un día de esos del que nadie se acuerda. Ni se acordará, simplemente porque no vale la pena.
(*) Escritor- Abogado Constitucionalista – ex Legislador provincial y Convencional Constituyente provincial, colaborador permanente de la ONU para Asuntos de Africa.
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