Para las debilidades hasta ahora ocultas -o no tanto- de la industria y la producción nacional en general, las nuevas restricciones a las importaciones tienen el mismo final que la famosa danza de los siete velos. Será de a poco, velo por velo, pero igual quedarán desnudas. Hasta ahora, a un mes de instalados los nuevos requerimientos, las operaciones de importación «observadas», es decir que fueron detenidas en las aduanas, llegarían hasta el 20% del total desde la presentación de la Declaración Jurada Anticipada de Importaciones (DJAI).
Pero en la medida en que se vayan agotando los stocks de los insumos importados que son necesarios para trabajar, la capacidad de producción que ahora está a tope en muchos de los sectores estratégicos para la economía se irá convirtiendo nuevamente en capacidad ociosa. Se descubrirá entonces cuáles y cuántos de los bienes importados son posibles de sustituir y con cuáles la falta de stock significa una amenaza para la misma producción nacional, la que según el discurso oficial, se busca defender. Se revelará entonces también la falta de inversión en algunas áreas puntuales.
La política comercial está haciendo foco con mayor intensidad en los sectores que tienen una menor integración local, es decir, en aquellos que utilizan una mayor proporción de insumos o productos importados en el desarrollo de su actividad. Obviamente, ésos son los sectores que presentan una balanza comercial más deficitaria y, por lo tanto, se encuentran en la mira de un gobierno nacional que busca evitar a toda costa la salida de dólares.
Los principales sectores a los que se demanda la sustitución de importaciones, un aumento de integración de partes e insumos locales, un incremento de inversiones y un aumento de competitividad, son: el automotriz, el de bienes de capital, el de electrónicos, el de combustibles, el de agroquímicos y el de los medicamentos. Se trata de los sectores que explican, aproximadamente, el 80% de los saldos deficitarios que presionan sobre la balanza comercial. Pero, al mismo tiempo, como en el caso de la industria automotriz, también se trata de los sectores que explican la mayor parte del crecimiento total de la industria nacional en los últimos años. Por lo tanto, será difícil esperar que no haya una caída en el crecimiento industrial, al menos en el corto plazo.
Otra de las formas en la que esta política de mayores restricciones a la importación devela las fragilidades del entramado productivo nacional es a través de uno de sus giros más paradójicos. La paradoja viene dada porque las nuevas medidas incluyen también la demanda de una mayor competitividad a aquellos sectores que en los últimos años crecieron, o se recuperaron, al amparo del freno a las importaciones de productos finales. Como es obvio, para dar por cumplida esa demanda de competitividad se requiere disminuir o evitar el desequilibrio que provocan en sus balanzas comerciales las importaciones de bienes intermedios, que son por demás necesarios en su cadena productiva.
La espada de Damocles
En este sentido, uno de los casos en los que la bailarina ya llegó al último velo, o por lo menos al quinto, es el de Tierra del Fuego. Y esto es porque que con el aumento de la producción local en la isla patagónica, si bien se logró una caída en las importaciones de bienes finales de aparatos electrónicos, se produjo paralelamente un aumento equivalente o superior de componentes importados que no permitió mostrar un saneamiento de la balanza comercial. Lo que además se suma a la falta de precios competitivos de dichos bienes en mercado local.
Por lo tanto, en este caso puntual que nos sirve de ejemplo, el requerimiento de una mayor competitividad se convierte en una espada de Damocles para la propia industria. Ya que si bien se puede pretender que eventualmente la producción local pueda proveer los productos intermedios necesarios, el gran problema o la gran incógnita es cuándo lo podrá hacer. Porque de nada sirve que esto sea en 5, 10 o 20 años. Esto resultaría tan perjudicial para la productividad y la protección de los empleos en el inmediato plazo, como la importación misma de los bienes terminados.
No se puede negar que una política de sustitución de importaciones, que proteja a la industria nacional, que genere empleos y que tienda al desarrollo del país es deseable y bienvenida. El problema viene cuando esta política se ejecuta en forma compulsiva para alcanzar un único fin, el de evitar la salida de divisas. Una política de este tipo debería abarcar una planificación y un análisis sector por sector, que permita puntualizar para cada área productiva una serie de medidas específicas.
Por otro lado, la Argentina está integrada al mundo y especialmente a sus países vecinos a través Mercosur. Una política de sustitución de importaciones debe atender a estas circunstancias globales. Con las medidas actuales, pronto las falencias de nuestra producción local se revelarán por la falta de inversiones y de planificación coordinada entre el sector público y el privado. Caerá el último velo de la bailarina y quedará desnuda.
Fuente: La Nación