Para muchos, era una escena sin importancia, en medio del apuro habitual del tránsito. Para una vecina solidaria, la oportunidad de salvar a una indefensa ave de una muerte segura y -de paso- dar un ejemplo de conducta solidaria a sus hijos pequeños, que la acompañaban en el auto.
El cormorán (ave migratoria que todos sabemos hay que cuidar y proteger) caminaba muy lejos de su hábitat, con las alas lastimadas y neme dio de los vehículos que transitaban por la avenida San Martín, en cercanías de calle Garibaldi, observada muy de cerca por algunos perros atentos.
La mujer no dudó y –resistiendo los bocinazos de los apurados de siempre- encendió las balizas y se dispuso a acompañar a marcha lenta a la indefensa criatura, hasta que estuviera a salvo.
El problema es que el ave, esquivando las imposibles veredas de la zona, se empecinaba en continuar su sufrido trajinar sobre la calzada, sólo protegida por su oportuna defensora y el auto con balizas encendidas, a modo de advertencia.
Dos gendarmes que acertaron a pasar en su móvil por el lugar no dudaron y se aprestaron a colaborar con advertir a los impacientes conductores que debían esperar a que la situación se resolviera.
Cuando el personal de Zoonosis acudió al llamado, ya la escena transcurría frente al Polideportivo Muriel. Allí lo alzaron en brazos y lo llevaron a lugar seguro, donde por estas horas se trabajará en la recuperación del animal para devolverlo a su ámbito natural.
La escena -qué duda cabe- puede parecer intrascendente en medio del aluvión de noticias que nos atropellan diariamente. Pero para dos niños, un día inolvidable por la lección de responsabilidad que su madre les dio, a riesgo de sufrir un accidente o soportar los desubicados improperios de algún conductor apurado, a cambio de salvar la vida de una indefensa ave. Nada más y nada menos.
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