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La Navidad y su costado más lamentable

Divertimento para muchos, negocio infame para algunos, el uso de la pirotecnia sigue sumando víctimas en pleno festejo findeañero. Los porqués de tal injusticia.

Es parte del folclore mismo de los medios de comunicación porteños y su audiencia nacional. Haciendo uso del feriadísimo navideño, cada 25 de diciembre el televidente consume sus minutos libres mirando en la tele dos temas infaltables, obligados y casi intrínsecos al descanso post Nochebuena.

El primero de los temas, frívolo, pasatista, marketinero, se refiere al número de automóviles (estimado en minutos, segundos u horas, según el “turistólogo” que lo diga) que entran por ruta 2 a la ciudad de Mar del Plata, la gran casa quinta del fin de semana de los habitantes de Buenos Aires y sus alrededores.

El siguiente tema de la tele del 25/12 es mucho menos liviano, es trágico y tan inaceptable como todas las tragedias evitables. La cuenta negra, morbosa, de los muertos y heridos por la pirotecnia navideña.

La cuenta va subiendo a medida que las horas traen nuevos datos oficiales desde los centros sanitarios y desde las ciudades más alejadas de la General Paz y entonces los canales avanzan en su competencia por tener la cifra más alta. Algunos hasta se adelantan (tipo Crónica TV) confiados en que el informe final los podrá cerca del número exacto y con ello la primicia de haber anunciado antes los muertos y heridos.

Una competencia salvaje, descarnada, que –ellos creen- el televidente “necesita y agradece” y que a la prensa rapaz le sirve para encontrar un modo de atrapar audiencia (y ganarle al resto) en una fecha que, informativamente, podría definirse como un agujero negro en el almanaque.

En ese trajín, y en el éxtasis del morbo, nadie se pregunta qué se necesita para evitar esos hechos trágicos, así como tanto se habla de la seguridad en las rutas. En general, son criaturas las que sufren el efecto devastador de los cohetes de Navidad y Año Nuevo, invitados por sus propios padres, muchas veces, a jugar con el peligro con elementos que en poco se diferencian de un arma de fuego y sin embargo son considerados juguetes.

Hay un solo lugar en el país –Tierra del Fuego- donde se ha prohibido (con resultados manifiestos) el uso de la pirotecnia. Cabe dejar a salvo que tal veda está ligada a la necesidad de prevenir incendios antes que al peligro de quemaduras o lesiones, pero igual vale la mención.

En algún municipio bonaerense algún intendente bien intencionado pretendió imponer también la proscripción de la comercialización de artefactos pirotécnicos y probó en carne propia lo “desaconsejable” de tal decisión. Sufrió el más crudo operativo de descalificación y rechazos que pudiera haber imaginado; no de los supuestos afectados, los vecinos, sino de los grupos empresarios que lucran con la venta de tal infernal mercancía y hasta de algún portal porteño ligado a los más fuertes intereses mercantilistas.

Así, todos parecen darse cuenta de la irresponsabilidad colectiva que significa sostener esta cavernaria costumbre de jugar con pólvora para ponerle chispas y ruido al festejo navideño. Pero nadie se permite hablar de ello, por el contrario, los artefactos son cada vez más potentes y peligrosos. Del casi inocente “rompeportones” de nuestra infancia pasamos al “tres tiros” que, hace horas apenas, le voló la cabeza a un hombre con la misma eficacia de una pistola 45.

Más de 200 personas (casi el 50% criaturas) integran la cuenta morbosa de víctimas de la pirotecnia de esta Navidad 2011. La cifra se reiterará (o aumentará, o disminuirá levemente) para fin de año. Pero manda “don Dinero”, nadie se atreve a cuestionarlo, los traficantes de pólvora hacen su pingüe negocio y la tele gana en audiencia brindando “detalles exclusivos en primicia” del espanto.

Año nuevo, vida nueva, contemos los muertos y heridos, sumémonos a la tristeza por los caídos en festejo y vamos rápidamente a ver cuántos turistas llegaron a Mar del Plata.

Good show, hasta el petardo que viene.