Muchos años atrás, reunidos con empresarios locales, un par de funcionarios de turno exponían acerca de su supuesto firme apoyo a la industria y al comercio local.
Desde el fondo del salón, con la voz baja pero firme que lo caracterizaba, don Pedro Grava -pionero en la producción de agua y soda en la ciudad- les hizo notar que en la mesa de los disertantes destacaban una docena de botellas de un agua importada “de afuera” cuando bien podrían ser de marca local.
“Es sólo una muestra de que los emprendedores necesitamos apoyo real y no declamativo desde los gobiernos”, los apostrofó.
Así de auténtico era Grava, el sodero. Un luchador en todos los terrenos, emprendedor contra viento y marea. Acostumbrado a los malos tratos, a la injusticia y también a la mala fortuna, pero dispuesto siempre a salir adelante.
Como se dispuso aquel lejano 1985, cuando una histórica inundación que asoló a la provincia de Buenos Aires arrasó con sus dos zapaterías en Azul y Olavarría, dejándolo en la ruina.
Había que ganarle al destino: se trasladó a la lejana Tierra del Fuego, donde emprendería una nueva vida junto a su compañera de toda la vida, Lidia Isabel Nuñez (55 años juntos) y sus hijos Gabriel, Gretel y Fernando.
En Río Grande comenzó con lo que sería su ya histórica sodería; primero humildemente, en calle Almafuerte; luego en calle Houssay (en el por entonces naciente barrio Mutual) y más adelante en el parque industrial, donde la sodería se amplió y agregó el agua envasada, los jugos y alguna marca de gaseosas a su línea comercial.
Allí, en calle Ortiz, disfrutaron las buenas y se enfrentaron estoicamente con las malas, en una quijotesca lucha que nunca lo vio flaquear y mucho menos declararse vencidos.
Alma tanguera
Pese a su empecinada vocación de trabajo, Pedro Grava se daba tiempo para alternar con su otra gran pasión: cantar tangos. Recorría salones, algún estudio de radio y de cuanto festival lo invitaban para desgranar las canciones del 2×4 que tanto lo cautivaban. Tanta fue su dedicación, que en el 2021 el Municipio lo distinguió merecidamente con el reconocimiento “Walter Buscemi a la música” por su trayectoria.
Tenía ya 81 años y no podía dejar de trabajar, iba y venía de casa a la fábrica, aunque sabía ya que su hijo Gabriel estaba a cargo de todo. En ese trajín lo sorprendió la tragedia, a muy pocas cuadras de la sodería. Uno de los tantos accidentes, frecuentes en esa zona de la ciudad, terminaron con sus sueños y embargaron de dolor a su familia y a todos quienes lo conocieron y aprendieron a respetarlo.
“Empezó sin nada y llegó a darle trabajo a muchas familias que viven de esta empresa, señera en Río Grande”, lo homenajeaba su hijo Fernando, en diálogo con Radio Fueguina.
Aunque la sodería seguirá en marcha y marcando rumbos, desde hoy a Río Grande le faltarán un hombre bueno, un padre ejemplar, un cantor y un amigo.
Vuela alto y canta fuerte, Pedro.
Oscar D’Agostino
(Agradecimiento: Ramón Taborda Strusiat – Germán Gasparini)
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