Aquel 1 de mayo de 1994 se inscribe como el día en el que la muerte deriva en el nacimiento de una leyenda: la del quizás, mejor piloto en la historia de la Fórmula 1, el brasileño Ayrton Senna, campeón del mundo en la máxima categoría automovilística en 1988, 1990 y 1991. < ?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" />
La tragedia ocurrida en la ya famosa curva Tamburello del circuito de Imola, mientras se disputaba el Gran Premio de San Marino de esa temporada, no hizo más que disparar algo que se intuía, podía ocurrir más adelante, tal vez, cuando el paulista comunicase su decisión de retirarse de las pistas.
A partir de esa jornada en la que la barra de dirección del Williams FW 16 que manejaba se quebró, el fervor popular y la tristeza exhibida no sólo en su país de origen sino en otras latitudes del globo lo elevaron a la categoría de «mito» o «leyenda sin fronteras» que muy pocos tienen la gracia de alcanzar. Pero para que ello ocurriera, antes pasaron cosas.
Había nacido en San Pablo el 21 de marzo de 1960. Desde chico se sintió atraído por la posibilidad de conducir y andar «más rápido que los demás» y a los 4 años, su padre Milton, le regaló un karting. Fue el eslabón inicial de una cadena soñada. Antes de los doce, Ayrton ya competía con jóvenes mayores que él y solía exhibir los atributos que más tarde lo distinguieron como ninguno: velocidad, audacia y templanza para conducir en condiciones climáticas extremas.
En 1975 fue subcampeón brasileño de kart y dos años más tarde se quedó con el título sudamericano en esa especialidad. Repitió la conquista en 1978, cuando ya se ilusionaba con dar el «gran salto» y correr en Europa. En 1981 tuvo la chance de irse y no la desaprovechó.
En su primera temporada en Inglaterra se consagró campeón en la Fórmula Ford 1600 británica, con 5 victorias y 4 segundos puestos, en 13 presentaciones. Un año más tarde se quedó con el certamen de la Fórmula Ford 2000 y en 1983 le ganó el campeonato en la última vuelta al inglés Martín Brundle, para ceñirse con el título de la Fórmula 3 Británica, la categoría que era antesala de la Fórmula 1.
Sus innatas y probadas condiciones, además de los éxitos deportivos, le entregaron la posibilidad de probar sendos Williams y McLaren por aquellos años. Sin embargo fue la escudería Toleman la que le abrió las puertas del máximo circo automovilístico internacional. En ese 1984, el joven Ayrton sumó su primer punto en su segunda carrera: sexto puesto en Kyalami (Sudáfrica), pero el recuerdo de la crítica especializada se centra aún hoy en la gran carrera que venía realizando en Mónaco.
Allí y cuando marchaba segundo bajo la lluvia (realizó un sobrepaso inolvidable en plena recta al austríaco Niki Lauda, tres veces campeón del mundo) y la organización del Gran Premio interrumpió la competencia para confirmar la victoria del francés Alain Prost, la figura por aquel entonces de la categoría y amigo del presidente de la FIA, Jean Marie Balestre.
Al año siguiente pasó a la firma Lotus y obtuvo las dos primeras de las 41 victorias que finalmente logró en su trayectoria: Estoril (Portugal) y Spa (Bélgica). En 1986 y 1987 Ayrton se consolidó como piloto de la escudería que manejaba Colin Chapman y ganó otras cuatro carreras. Ya por esos tiempos se trataba de un piloto «que andaba más rápido que el auto», como suele decirse cuando se elogia a un volante que sabe «sacarle el jugo» a un medio mecánico que no es el deseado.
Por eso, McLaren le hizo una oferta para 1998 y lo contrató: su compañero de equipo era el francés Prost. Durante esa temporada, Senna logró su primer título del mundo en Suzuka, Japón, escenario en el que tenía miles de admiradores a partir de sus continuas participaciones en pruebas de Fórmulas menores, a principios de los ’80.
El automóvil identificado con los colores blanco y rojo que portaba el número 12 ganó 8 sobre 16 competencias en esa temporada y establecía un record provisorio de triunfos para un solo año (luego superado por el alemán Michael Schumacher, el séptuple campeón mundial, en 2002).
Al año siguiente, en 1989, Senna mantuvo un duelo hasta la última carrera, en Suzuka, con Prost (ya por esos días era algo más que un «rival en las pistas», se diría que se trataba de un enemigo en el estricto sentido de la palabra) y una colisión entre ambos le entregó el título mundial al francés. Pero el paulista tendría revancha en las dos siguientes temporadas en las que se consagraba campeón (1990 y 1991), con un McLaren que se comportaba a imagen y semejanza de su conductor.
En 1992 no pudo hacer mucho frente a un Nigel Mansell (Williams) implacable y de 1993 se recuerda, quizás, su «tesoro más preciado», aquel que lo distinguió como el piloto inolvidable que fue. En el Gran Premio de Europa corrido en Donnington (Gran Bretaña) ganó la carrera en forma impecable y se impuso también a los comentarios de los críticos ingleses que días antes había criticado a la organización argumentando que en el circuito no había prácticamente «curvas para el sorpasso».
Bajo una lluvia pertinaz, Senna largó cuarto y llegó quinto a la primera curva: superó a Michael Schumacher (Benetton) en el segundo sector, pero enseguida se adelantó a Karl Wendlinger (Sauber) por afuera, utilizando el tramo más mojado de la pista. La siguiente «presa» resultaba el inglés Damon Hill (Williams) y el paulista amagó por un lado y lo superó por el otro. Antes de llegar a la recta principal remató su obra sorteando la oposición de un Prost (Williams) que no podía creer lo que estaba ocurriendo.
Los brasileños, proclives a «endiosar» a sus figuras, definieron a la mencionada «como la mejor vuelta de la Fórmula 1 de todos los tiempos». Para muchos lo fue. Según cuentan versiones periodísticas, el día de su muerte, Senna había desayunado con Niki Lauda y Gerhard Berger y les advertía del «peligro» de Imola, que la jornada anterior había cobrado como víctima fatal al también austríaco Roland Ratzenberger (Simtek).
El día en que se convirtió en leyenda, por el torneo Paulista de fútbol, jugaban el clásico Palmeiras y San Pablo. Sesenta mil personas se unieron en el grito «Senna, Senna», aun cuando todos sabían del amor que Ayrton le profesaba al Corinthians, el otro grande de la ciudad. Más de dos millones de personas asistieron a un funeral que tuvo características de Estado.
Pilotos de todas las épocas como Jackie Stewart, Emerson Fittipaldi, el propio Prost y su amigo Rubens Barrichello le dieron el último adiós. Aunque la prensa brasileña se encargó de resaltar el «espectáculo» que brindó la gente, ese «pueblo» que pasó más de dos días sin dormir, en algunos casos, para situarse, a lo sumo, medio minuto delante del féretro, y brindarle una emotiva despedida a un ídolo que hoy es leyenda.
Por Adolfo Morales / Telam