Escribe: Gustavo Blanco, Director Parlamentario de la Convención Constituyente Provincial.
Era 28 de mayo, restaban apenas 3 días para el acto de Jura de la Constitución Provincial y faltaba algo fundamental para que la ceremonia tuviera validez: que el texto estuviera publicado y distribuido para conocimiento de quienes prestarían el juramento.
El trámite de impresión se había retrasado y los funcionarios designados, que todavía regían los destinos de la naciente Provincia no parecían muy interesados en que todo saliera tal cual estaba previsto.
Tal ejemplar impreso sería volcado al Boletín Oficial y ello debía ocurrir antes de la Jura. Pero nade fue fácil por entonces. En mi condición de Director Parlamentario de la Convención, el día 23 le presenté una nota al director de la Imprenta de Casa de Gobierno, mi amigo Mario Campozano a los efectos de adjuntarle los originales de la nueva Constitución para que se imprimiera.
Nos pusimos de acuerdo en el modo como se iba a hacer y todo parecía encaminado. Pero a los pocos días me llama en forma urgente para contarme que había “una orden expresa y terminante” de un “alto funcionario del gobierno”, de que no se llevara a cabo la impresión y se archivara el tema hasta nuevo aviso.
Le dije a Mario, “estamos en el horno para no decir otras palabras, estamos complicadísimos, no tenemos provincia sino se publica la Constitución fueguina”. “Necesito que por lo menos impriman 5 ejemplares para entregar”. Y él me respondió: “imprimir 5 es lo mismo que imprimir 100”. Y agregó “quedate tranquilo, que yo voy a hacer el trabajo y me hago responsable de todo mi personal”.
Así fue que, en la madrugada del 28 de mayo de 1991, entrada la madrugada, recibí el esperado llamado telefónico de Mario: “Gustavo ya está lo tuyo, venite; hay una caja de televisor llena de constituciones”.
Salí disparado, subiendo por la calle Roca, cuadra a cuadra, hasta llegar en un auto que me habían prestado; puse la caja en el baúl, me fui y realicé -muy de madrugada- tres notas que creí que eran esenciales, que eran importantísimas, para hacer conocer el texto constitucional.
Vale aclarar que los convencionales constituyentes habían viajado a la ciudad de Buenos Aires, a visitar al presidente de la Nación, en aquel momento Carlos Saúl Menem, para hacerle entrega en mano de un ejemplar de la flamante constitución. Así es como quedé como responsable para la impresión de la Constitución y debía hacer las notificaciones pertinentes.
En razón de ello (como dije) a la madrugada y con una de esas máquinas de escribir manuales de antes, escribí las notas en mi carácter de director Parlamentario. Muy temprano, tipo 08,00 hs fui al visitar al juez Federal Serantes Peña, con asiento en la ciudad de Ushuaia, a los efectos de adjuntarle un ejemplar de la flamante Constitución fueguina sancionada y promulgada el 17 de mayo de ese mismo año, recibiendo las felicitaciones del propio Juez.
También preparé una nota de similares características para el presidente de la Legislatura territorial, Walter Agüero, quien aparte era mí jefe, ya que yo cumplía habitualmente labores en Legislatura y estaba afectado la Convención Constituyente.
Agüero me recibió de puño y letra la nota con la Constitución. Todavía recuerdo que me dijo «se siente el olor a tinta”.
De ahí me fui a Casa de Gobierno, pedí hablar con el (ahora fallecido) delegado presidencial, Alquiles Fariña. Me recibió en su despacho y le entregué la nota, adjuntando un ejemplar (de los de la caja) de la flamante Constitución.
Admito que no fue buena, que digamos, esa reunión, enseguida hizo llamar a un colaborador y hubo una serie de discusiones, que en algún momento contaré. Pero lo importante es que me fui de allí sabiendo que el trámite estaba hecho; ya nadie nos podía detener, la Constitución estaba impresa y formalmente presentada. Sólo faltaba el histórico acto de la Jura.
Un prócer en la puerta
Al llegar al gimnasio, en la puerta estaban intentando superar la prepotencia del guardia (que fingía no conocerlos) el expresidente Raúl Alfonsín y el senador Antonio Romero Feris, entre otras autoridades nacionales diputados y senadores que vinieron a este histórico momento.
El Dr. Alfonsín me reconoció enseguida y me dijo, entre risas “m’hijo, acá estoy y no me dejan entrar…”. Así que entraron conmigo, tuve el honor de facilitarles el paso al salón ya colmado de ciudadanos y autoridades.
Allí, entre decenas de banderas institucionales y de los colegios, público eufórico en las tribunas y el personal trabajando sin descanso, se desarrolló el acto; todo lo demás es historia conocida.
Me queda el orgullo de haber participado y la emoción de la labor cumplida, agradecido por un equipo maravilloso y lleno de entusiasmo y compromiso, desde el más humilde empleado hasta los convencionales, que nos conmovieron con su humildad y su espíritu de trabajo. Fueron días de muchas emociones compartidas; a treinta años de distancia, pienso con qué naturalidad vivimos todo el trabajo sin saber que estábamos entre todos escribiendo un capítulo de la historia grande nuestra querida Provincia.
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