SEMBLANZAS
Por Jorge Daniel AMENA (*)
Un día de ésos
En un día de ésos pueden pasar muchas cosas, mucho más si de futbol se trata.
El planeta fútbol es un sitio donde habitan personajes que se muelen a patadas solo para hacer un gol (circunstancia preorgásmica de determinada edad).
Para comenzar, uno lleva cualquier camiseta aunque un día adopte alguna y no se la saque más, a veces ni tan siquiera para dormir. Jugar al fútbol es una especie de dogma, rito urbano, danza de potrero de canilla única y conjuro de los druidas de los pastizales que nos enseñaron a chupar hinojo de las cunetas para calmar la sed.
Es la ciencia exacta de pegarle a todo lo que se mueva y que se interponga en el camino desenfrenado entre la vida y dos ladrillos que se recibieron de arco en la vereda, o esas ramas de eucalipto que atadas con sogas, y sin red no soportaban un tiro en el palo ni por casualidad.
Es la ciencia de romper algunos vidrios del vecindario en forma ocasional y sin intención y dejar que el más grandote se enfrentara con el dueño de la casa- aquella-donde moraba, ese que tajeaba las pelotas que caían en su patio, mientras los demás le desinflaban las gomas de la bicicleta, por guacho.
Las señoras o las niñas no sueñan con hacer goles, no tienen el nerviosismo de esperar en el vestuario si el DT te da la camiseta o no. Quiero la Once, Quiero la Once, y a veces te la daba y a veces no, no lloran cuando llueve y el partido se suspende, y todos putean porque la pelota no pica en el suelo, vea mirá hijo de puta que pica, y no, no picaba.
Los últimos picados (ya creciditos) mezclaban los noviazgos con el partido de las dos de la tarde porque a las cinco al cine, con maní con chocolate y los «chester» de contrabando y medio ocultos en las medias, de pantalón corto y medias al tono de los Gomicuer, bleizer y corbata finita.
Y se había ganado o perdido, y a uno le dolían las piernas y un poco más , y de vuelta a casa, donde el fútbol se había muerto en la casa que se alumbraba con aquel tubo fluorescente, y los moretones y ese día quizás un gol de chiripa y el tiempo que pasaba y uno que sabía un poco más que no sería el fútbol su destino, pero que tenía una pelota en lugar de corazón, y que latía en cada partido, y uno seguía jugando, ya con novia (esa de besos y franela) y prefería el tiro libre a un beso, y cagarse a trompadas a la salida del barrio contra barrio que una kermese de piñatas y coca cola.
Y algún día de esos jugar en la tercera división con grandotes que te mataban a patadas y un (solo un) partido en primera, y que te saquen porque te iban a moler a palos, porque lo no que se podía con los pies se podía con la puteada y la tocada de culo, y a correr.
Y la facultad y el seleccionado con el once en la espalda, camiseta blanca con rayas azules, y alguna “compañera de estudio”, y hacer como que se estudiaba un poco pero el domingo a correr en el colegio Nacional, y unos partidos de Estudiantes de la Plata, y la vida que se desvía como un centro mal tirado, y uno salta y salta mal y no, corner no, fue tiro de arco, y el partido se acaba y se acabó y perdimos.
Y un día de esos solo quedan los reflejos de la mente, esa que la para con el pecho, gira en redondo, levanta la cabeza y el centrodelantero está esperando el centro pero no: de volea al arco, con todo el empeine, como si fuera la última vez. Y quizás lo sea, y quizás lo fue, y gritar como un endemoniado, como si uno tuviera siete años, y si a veces los botines no pesaran tanto cuando la cancha está mojada, cuando saludamos a la distancia a aquel wing derecho pelirrojo al que la vida le cobró foul, y roja derechito nomás a los vestuarios donde la gente se queda desnuda como nació y no vuelve más. Y muchos se iban y no volvían y no estaban, y no estuvieron nunca más. Ni en las tribunas ni en ningún lado.
Y esta vez no había revancha porque era nuestro último partido, el último cigarrillo, y la novia que se casó con otro que no sabía un carajo de fútbol, que ni al arco iba.
¡ Qué iba a ir ¡
Y nos fuimos, no nos vendieron a Europa, ni a Boca ni a River, somos exitosos fracasados universitarios despojados de una pelota que quedó enredada en la red de la vida, sin utilero, sin club, y parte de la hinchada sin paradero conocido.
Entonces, cuando venga el centro, pegale al rastrón al punto del penal, como un buscapié. Alguien la va a tocar, seguro, te lo juro, a mí una vez me pasó.
Te lo Juro.
Que va la pelota derecho al fondo del arco, te digo.
Un día de ésos.
Jorge Daniel AMENA
(*) Escritor- Abogado Constitucionalista – ex Legislador provincial y Convencional Constituyente provincial, colaborador permanente de la ONU para Asuntos de Africa.
(Se autoriza la reproducción, citando la fuente. Rogamos informar acerca de su publicación.)