No es el fútbol, es éste fútbol. Y a medida que pasan las semanas y los meses uno tiene la sensación de que ya no hay camino de retorno.
El espectáculo catastrófico de un puñado de forajidos amenazando de muerte a los jugadores de un equipo que no va ni para atrás ni para adelante, y que no hace otra cosa que perder puntos, como Rácing de Avellaneda, no hace otra cosa que acreditar una situación que -mas allá de la Academia- es verdaderamente penosa. < ?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" />
Por eso digo que me da asco, porque no puede sino dar asco, un fútbol en donde, por ejemplo, la manera que tiene la barra brava de Independiente de agredir a la barra brava -o a la hinchada- de Boca es enarbolar banderas de Paraguay o Bolivia, como si ser paraguayo o boliviano -para los cabecitas negras hinchas de Independiente- fuese una suerte de estigma.
Un racismo de pobres, un racismo de desheredados. Un odio étnico incomprensible, absurdo y francamente patético que se desarrolla al interior de la propia pobreza, en una actividad criminalizada por su propia manera de proceder.
Hace mucho tiempo, pero nunca tan claro como ahora, que el fútbol argentino dejó de ser una actividad noble realizada por gente mayormente decente. La capacidad que tienen los grupos pequeños y activos para imponer su tónica y que prevalezca su agenda es, en ese sentido, infinita.
El listado de los responsables, la AFA, los árbitros, la justicia, la policía, los clubes es interminable. Y aún cuando la recorriéramos puntualmente y en cada uno de esos segmentos viéramos efectivamente culpas, todas ellas juntas no alcanzan a explicar el estado este de un fútbol pobre, mediocre, bastante horrible generalmente, en donde además de lo que básicamente sale a la luz es un nivel de ira, de indignación, de violencia, de amenazas, que nos convierte a los espectadores del viejo fútbol en piezas de museo.
Quien habla, hace años que no va a la cancha y nunca fue un secreto que soy fanático de Racing. Dejé de ir a medida que el clima de amenazas y de intimidación se fue haciendo más evidente. Un clima pesado, denso, recriminatorio, indignado, violento. Soterradamente violento a veces, abiertamente violento otras.
Para que se consiguiera, de alguna manera, revertir un proceso tan evidente de decadencia se deberían dar -de una manera unánime, simultánea y coordinada- varias realidades: una justicia implacable, una directiva futbolística competente y honesta, una policía que supiera ordenar y no solamente reprimir, pero sobretodo la cláusula central radica en la gente, o como se la quiera llamar, pueblo, sociedad, audiencia.
En tanto y en cuanto el fútbol siga siendo un espectáculo bestializante, propicio básicamente para quienes viven en medio de la barbarie, que se olviden de la gente tranquila, serena y legal que ha dejado y seguirá dejando de ir al fútbol, un fútbol que muestra el rostro horrible del pobrerío argentino, esos que creen que mentando al otro como boliviano o paraguayo, se califican para sentirse superiores.
Por Pepe Eliaschev para Perfil
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