Más allá de la opinión que se tenga sobre el tema, el debate inesperado sobre la posible división de Río Grande, a partir de la creación de un nuevo municipio en la Margen Sur, permite pensar cuestiones de fondo de nuestra ciudad al reparar simplemente en la admisibilidad social que tiene la discusión planteada. Efectivamente, si la idea de dividir a Río Grande no suena como una locura y cuenta con raigambre en dirigentes, partidos y sectores sociales que avalan el proyecto para tal efecto, se debe a la sencilla razón de que Río Grande actualmente ya no es una ciudad sino dos. De este modo el proyecto de municipalizar la Margen Sur no consistiría en otra cosa más que en dividir lo que ya está dividido.
Si esto es así, la reacción de las autoridades del municipio de Río Grande, esperablemente contraria a la idea, luce claramente como evasiva de las propias responsabilidades, ya que son justamente las políticas públicas municipales, con una continuidad de más de 20 años de gobiernos del mismo signo partidario, las que han creado las condiciones para que se pueda hablar de dividir la ciudad. Esas condiciones a las que nos referimos no son otras que haber desarrollado a la Margen Sur como un apartado de Río Grande, que es sinónimo de pobreza y marginalidad en un marco urbano sin planificación, deteriorado y ruinoso. Esta producción del espacio físico y social de la Margen Sur ha sido posible a partir de una intensa estratificación y una dependencia absoluta de la zona de situada en la margen norte del río. Nada hay de casual, entonces, en que hoy se acumulen en la Margen Sur, con alta densidad y gran homogeneidad, los peores indicadores socioeconómicos y de desarrollo humano de la ciudad.
El problema tiene historia: en la Margen Sur estaba situado el antiguo vertedero de basura de la ciudad. Sobre ese antiguo vertedero de basura, irregularmente tapado, hoy viven vecinos con el consentimiento de la municipalidad. Este hecho constituye toda una síntesis de la política de zonificación de la Margen Sur que podría resumirse en el apotegma “gente sobre basura”, con las previsibles consecuencias metonímicas.
En este sentido, la Margen Sur ha sido producida como un gran gueto, a partir de mecanismos de segregación y encierro. Recordemos que la Margen Sur fue el lugar donde se orientó a que se asentara todo el excedente poblacional de Río Grande que padecía déficit habitacional, mediante un proceso irracional de usurpación dado con la complacencia de la municipalidad pero también provocado por ella a partir de la falta de disponibilidad de tierras urbanizadas. Por otro lado, sistemáticamente se le ha negado a la zona una salida propia a la ruta 3 ya sea por el trazado viejo de esa vía como por el camino de la costa del río. Así la Margen Sur es, desde su traza urbana, un lugar cerrado, de confinamiento, donde el puente General Mosconi es el único lugar de acceso y egreso para decenas de miles de personas. El puente funciona, entonces, en la actualidad como un retén natural, saturado por el tránsito, donde los habitantes de la Margen Sur (casi sus exclusivos usuarios) viven su padecimiento denigratorio diario. Con baches y barandas oxidadas, la iluminación colorida que tiene de noche el puente es el signo más claro de la desmesurada tergiversación de las prioridades que rige en la política para los pobladores del sector.
Una amplia mayoría de la población de la Margen Sur no cuenta con agua, asfalto, cloaca o gas. El exfrigorífico CAP se encuentran en ruinas y virtualmente transformado en un montón de chatarras y escombros, luego de que se incendiara producto de la desidia y la falta de controles que hizo posible que un edificio, declarado en vano Monumento Histórico Nacional, funcionara como depósito de residuos industriales altamente inflamables.
En línea con este sistemático abandono, la playa del río y del mar, en la Margen Sur, son poco menos que basurales a cielo abierto. Así, desvinculados de un proyecto colectivo y sin posibilidades de gozar de un entorno ambientalmente agradable y sano, culturalmente diverso y propicio para la convivencia y el desarrollo colectivo e individual, es el “derecho a la ciudad”, para usar la categoría de Henri Lefebvre; lo que se le deniega a los habitantes de la Margen Sur.
Esta segregación urbana de la Margen Sur que se asume desde el discurso político como espontánea y natural tiene, por el contrario, como decimos, origen en acciones planificadas. Pensemos, por ejemplo, que la principal obra municipal en la zona es una planta de agua que se erige, sin ningún criterio urbanístico, como dos cilindros gigantes de hormigón semicamuflados con tierra, que tienen entre sus principales efectos paisajísticos, el de alterar, estropear y denigrar el emplazamiento de la “Oveja Negra”, la construcción más valiosa de la zona en términos arquitectónicos. Como refuerzo de la guetificación, en el mismo sitio la municipalidad proyecta con la fundación CONIN, un centro de lucha contra la desnutrición. Se entregan así, desde la gestión municipal, señales inequívocas de que no es posible pensar un futuro mejor para zona.
Queda claro que, al margen de las declaraciones edulcoradas a favor de la unidad de Río Grande, no hay para la Margen Sur un proyecto de mejora, integración o gentrificación sino tan solo un proyecto conservador de asistencia caritativa permanente para los que siempre serán pobres y vivirán en pésimas condiciones amontonados del “otro” lado.
Licenciado Fabio Seleme, secretario de Extensión Universitaria de la Facultad Regional Río Grande, Universidad Tecnológica Nacional
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