La cosa podría empezar así. Había una vez un programa de televisión de culto, cuyos capítulos podían durar dos minutos o dos horas, y cuya calidad podía ser igual de imprevisible. Se llamaba El show de Alejandro Molina y era un programa casero. Literalmente, porque se filmaba en la casa de Molina. Pero un buen día Molina se fue a China (o a Japón) y nadie supo más de él. A partir de algunos rastros, fragmentos del programa que aún quedan en los archivos, y el testimonio de especialistas como Charles Ulanovsky (Gillespie) o Marcos Bustos (Marcos Mundstock) se realiza un documental para evocar esas buenas épocas, llamado Recordando el show de Alejandro Molina.
Así, con esta estructura compleja de mamushkas, de ficciones que simulan documentales que recrean ficciones apócrifas (sencillamente, el género del mockumentary, el falso documental) regresa Alejandro Dolina a la pantalla chica, con dirección de Juan José Campanella, por Canal Encuentro. Ver el programa es agradable y fácil; explicarlo, difícil. Porque con las reglas del mockumentary Pompeyo Audivert interpreta a Campanella, Dolina interpreta a Molina, y hasta hay reconstrucciones ficcionales dentro del documental en las que un actor es Molina, en una dramatización de su encuentro con el productor Adrián Suárez.
Desde 2003, con Bar del infierno, Dolina no hacía TV. “De todas maneras, no tengo una actividad sostenida en TV, hago algo cuando puedo. No es que acabo de decidir, después de años sabáticos, volver a la TV, como si fuera un regreso triunfal: no, no. Apenas he tenido algunas oportunidades de hacer pequeñas cosas en TV, casi nunca bien. Si volví es porque pude, nada más”, dice desde Buenos Aires por teléfono Dolina, quien sigue con su programa de Radio Nacional y desea volver a hacerlo en Córdoba. “Siempre es dichoso estar en Córdoba. Hacer el programa allá, más. Tengo ganas de ir”, confiesa.
–¿Cómo surge la idea del programa de TV?
–La idea original se generó con mis hijos Martín y Alejandro. Eran unos micros con charlas y una canción, que iba a llamarse El show de Alejandro Molina. Después Campanella se ofreció a dirigir y alguien tuvo la idea de recordar el programa que pensábamos hacer, sin hacerlo. Un programa aludido, mostrado sólo en forma fragmentaria. No hacemos el programa que pensábamos sino que lo recordamos. Se incorporan, además de fragmentos, testimonios de tipos que supuestamente participaron.
–El tema del mito está presente, un tema recurrente para vos…
–Sí, ciertamente. Pero también están los temas que a uno lo persiguen: la inconstancia de los sujetos, la dificultad de percepción para saber quién es uno o, incluso, quiénes son los demás. Conocemos el mundo de un modo incompleto y equivocado y eso produce angustia, esa búsqueda incesante del absoluto, que nunca se sacia. Esos temas, además de la muerte y el amor, están siempre ahí expuestos, con un cinismo que deviene en humorístico.
Otro de los temas de Dolina es el arte de la colaboración artística, “esa larga historia de aciertos y fracasos”. Y la colaboración, en esta oportunidad, repite apellidos, porque participan sus dos hijos, con quienes suele cantar en su programa de radio y con quienes ya escribió una comedia musical no estrenada. En solitario, cuenta que Editorial Planeta va a publicar una novela de él este año, que está prometida y que ya llegará. “Eso al menos les digo a los amigos de la editorial cuando llaman cada día para preguntar por qué capítulo voy”, aclara.
En familia
–¿Hay ventajas en trabajar en familia?
–Trabajamos muy bien, además de tener una relación afectiva y de amor. Pero, más que nada, la colaboración consiste en una objeción constante: nos peleamos, discutimos y ponemos en entredicho cada frase que se nos ocurre. Eso evita entusiasmarse rápidamente con lo primero que viene a la cabeza. Y el vínculo familiar lo permite con confianza. A un colega no se le puede decir “mire, esto es una estupidez”, y se pierden muchas horas. En el círculo familiar podés decir “esto no sirve para nada”, y te ahorrás tiempo y protocolo.
–¿Y por qué es Alejandro Molina, un heterónimo tan cercano?
–Por la dificultad de percibirse, siempre hay un error en las percepciones. Pero también tiene relación con el género, el documental está lleno de informaciones gráficas, zócalos y títulos, y un alto porcentaje de ellos está equivocado. En el caso de este falso documental hay nombres equivocados: Jorge Dorio es Martín Caparrós, Audivert es Campanella, y así. Esos errores son apenas una leve gracia, pero están en el título, en la historia y últimamente en casi todo lo que escribo. ¿Quién soy? ¿Molina o Dolina? ¿Marcos Bustos o Marcos Mundstock? A eso me refiero con la dificultad de percibirse y percibir a los otros, de saber quiénes somos. Lo peor es que finalmente no importa, al universo o a las estrellas no les importa.
–¿Y cómo describirías a este Molina?
–Es el lado oscuro, el más farsante que puede haber en uno. No soy así, pero se parece. Es un artista, un poco loco, miente demasiado, las mentiras le cuestan tanto esfuerzo que al final lo ennoblecen. Es un poco tonto. Evidentemente, se trata de un perdedor.
–El programa es también homenaje y cita a un pasado de la TV. ¿Qué programas disfrutabas o disfrutás?
–Antes solía ver un programa documental, Relaciones, que era de interés científico, filosófico y artístico, muy intenso. Últimamente, me gustan algunas series de humor, como Los Simpson, que es extraordinaria. Hoy, la TV de aire es casi todo periodístico o contenidos con los que uno no puede tener emociones de evaluación. A lo sumo podés decir que están bien hechos o no, que mienten o no, que hacen análisis precisos o no, pero no podés decir que emocionen.
Recordando el show de Alejandro Molina
Martes, a las 23, por Encuentro. Idea de Alejandro Dolina, Martín Dolina y Alejandro Dolina. Producción y dirección de Juan José Campanella. Con Alejandro Dolina, Gillespie, Puma Goyti, Natalia Lobo, Coco Silly, Elizabeth Vernaci, Miguel Ángel Rodríguez, Eduardo Blanco y otros.
Fuente: La Voz