El autor de obras como “La muerte de un viajante” o “Las brujas de Salem” se refiere también en su obra a las distintas presiones que recibió del establishment y describe con agudeza los efectos de la gran Depresión de los años 30.
“El verano de 1932 fue probablemente el punto más bajo de la depresión. Todo era muy sencillo: nadie tenía dinero. El que sería el último gobierno republicano en el curso de dos décadas estaba a punto de recibir el finiquito, sin ideas, y para nosotros como si dijéramos en el cubo de la basura, falto incluso de la retórica de la esperanza”, describe Miller.
“Fue también el año de las colas en las panaderías, de hombres sanos y robustos que formaban en batallones de seis y ocho en fondo a lo largo del muro de algún almacén, en espera de que este o aquel organismo municipal improvisado, o el Ejército de Salvación o cualquier iglesia, les diese un tazón de caldo o un panecillo”, rememora.
Nacido en 1915 y muerto en 2005, Miller está considerado uno de los mejores dramaturgos del siglo XX junto a Tennesse Williams: escritor comprometido, supo trasladar a los escenarios el conflicto del ser humano, se acercó al marxismo para después criticarlo, se opuso activamente a la “caza de brujas” del senador McCarthy y denunció la intervención estadounidense en Corea y Vietnam.
En “Vueltas al tiempo”, reeditada por el sello Tusquets, se despliegan los primeros cincuenta años de vida del intelectual y dramaturgo que, con Broadway a sus pies y Marilyn Monroe a su lado durante algunos años de su vida, pareció reconciliar opuestos imposibles convirtiendo en realidad el sueño americano.
«No he querido hacer una confesión. Las confesiones se dan mejor en los personajes de la ficción», advierte Miller en uno de los tramo de la monumental obra que alcanza las 573 páginas.
La obra fue presentada originalmente en 1987. Poco después, el autor aseguró en una entrevista concedida al periódico español El País: “Estuve, por accidente, envuelto en una serie de acontecimientos importantes. De todas formas, pienso que las biografías íntimas se desarrollan mejor en la ficción. No es buena idea que una película o una pieza de teatro pretenda crear toda la verdad sobre algo”.
“Yo diría que lo que hay en mi libro es verdad, en el sentido de que no quiero desorientar al lector. Tuve algunos conflictos con personas, conocidas y lo he reflejado en mi libro, he contado lo que sucedió. No he ocultado muchas cosas, pero tampoco ha sido una confesión. No creo en las confesiones”, indicó en aquel reportaje.
El afamado matrimonio con Marilyn Monroe, concretado en 1960, está muy presente en la obra: Miller se vale de su experiencia con la actriz para echar a andar su visión de los vínculos y la convivencia.
“Había unido mi vida a la suya y aún esperaba que ella acabara por creérselo algún día; era inevitable. El problema radicaba en que la convivencia con otra persona era uno de sus papeles frustrados, aunque se le podía inculcar y dejar que madurase hasta ser compañeros con una vida en común”, sostiene Miller.
“…La esperanza, sin embargo, no desaparecía en modo alguno; casi todos los matrimonios, a fin de cuentas, no son sino conspiraciones para contener las tinieblas y confirmar la luz”, reflexiona el autor de “Panorama desde el puente”.
Escrita con un estilo sencillo y ágil, la narración por momentos decae, aún cuando la estructura no está articulada a partir de los clásicos tramos de infancia, niñez, adolescencia, juventud y madurez: así, un recuerdo, imagen o el encuentro casual con un conocido actúan como excusa para desarrollar unos recuerdos que a veces avanzan de manera zigzagueante.
La ausencia de orden cronológico, unida al deseo evidente de mantenerse a distancia obliga a Miller a plantear la narración como una pieza teatral, en la que el autor ofrece una serie de detalles previos acerca de los personajes y sus circunstancias que permiten al espectador/lector ponerse en situación y apreciar la intensidad dramática de la escena.
La diferencia está en que, así cómo para el teatro esas acotaciones se deslizan con un simple paréntesis, en una autobiografía la presentación del gag se alarga innecesariamente y genera densos espacios que llevan a una lectura intermitente.