La tragedia es que los excepcionales hombres y mujeres que sí van en nombre de la ONU a algunos de los lugares más peligrosos del planeta, no gozan ya de la inmunidad que alguna vez estuvo asociada con su trabajo.
En efecto, con cada año que pasa, personas inocentes que trabajan para las Naciones Unidas en países como Afganistán pagan el precio de la pérdida de inocencia de la organización.
Tiempo atrás, cuando me desempeñaba como corresponsal de guerra en África y Medio Oriente durante los 1970s y 1980s, la ONU disfrutaba de una neutralidad reconocida por todos aquellos que peleaban entre sí, pero que jamás atentaban contra la ONU. Nuestros trabajadores humanitarios, los equipos de ayuda que distribuían comida y medicamentos, los especialistas que protegían a los más vulnerables en cualquier zona de guerra, – las mujeres y los niños- ; todos ellos se desplazaban bajo la universalmente reconocida bandera de la paz.
Recuerdo, en ocasiones, que los “Cascos Azules,” los miembros de las fuerzas de mantenimiento de la paz de la ONU, eran alcanzados en algún fuego cruzado, pero rara vez una baja de las Naciones Unidas era resultado de un ataque directo por parte de las facciones en guerra, o alguna otra parte, que elegía a la ONU para su ataque
Todo eso cambio con el descarado ataque a la sede de las Naciones Unidas en Bagdad, en agosto de 2003. Justo en el momento en que la invasión Anglo- Americana se tornaba sangrienta ese verano boreal, los embrionarios movimientos terroristas en Bagdad enviaron un mensaje que hizo eco alrededor de nuestro mundo: el que, a su ojos, la ONU era un blanco legítimo. Veintidós miembros del personal, liderado por el legendario enviado especial de la ONU, Sergio Viera de Mello del Brasil, murieron ese día cuando sus oficinas situadas en el Hotel Canal fueron detonadas por una bomba. Cientos de iraquíes resultaron heridos.
Mi ex jefe, el Secretario General de la ONU Kofi Annan, apenas pudo contener sus lágrimas, incluso años después cuando lo acompañe al acto en conmemoración de las víctimas de Bagdad. “Sus muertes marcan la pérdida de la inocencia de la ONU”, nos dijo en el aniversario de la tragedia en 2006. “El ataque a Bagdad surtió un golpe fatal a la ilusión de que usar un Casco Azul o llevar una bandera de la ONU nos situaba por encima del conflicto”.
Es más, ese día de verano en Bagdad implicó el inicio de una nueva era. El bombardeo a la sede de la ONU en Argel le siguió, en diciembre de 2007. Diecisiete muertos. Luego vino el ataque a una casa de huéspedes en la capital afgana, Kabul, en octubre de 2009, que terminó con la vida de cinco funcionarios de la ONU e hirió a muchos más. Los talibanes se reivindicaron como responsables, diciendo que habían enviado a suicidas porque la ONU estaba organizando elecciones.
Organizando elecciones. Alimentando pueblos. Capacitando y financiando a las fuerzas policiales. Educando a funcionarios civiles en las mejores prácticas de gobernabilidad. Coordinando proyectos para reconstruir escuelas, clínicas y oficinas de gobierno. Eso es lo que la ONU está haciendo en Afganistán.
¿Y es esto lo que hizo a la ONU blanco de ataque el viernes? Es difícil de creer, pero cierto. Las personas que trataron de ayudar a Afganistán a reclamar su futuro, para el pueblo, por el pueblo, murieron en manos de una banda enfrascada en un frenesí asesino incitado por los mullahs (líderes musulmanes versados en el Corán) en las plegarias del viernes, furiosos por la quema del Corán por parte de un pastor en una iglesia de Florida (Estados Unidos)
Dice tanto sobre nuestro mundo interconectado que la quema de un libro en Florida resuene en todo el mundo, llegando así hasta una ciudad en el norte de Afganistán, donde desencadenó en la muerte de inocentes. “Un ataque vil y cobarde”, en palabras del actual Secretario de la ONU, Ban Ki-moon.
Basta con solo mirar la lista de muertos. Un sueco, un romano, un noruego. Y cuatro guardias de Nepal que trataron de protegerlos. Su presencia en Mazar-e Sharif nos habla de una era diferente, un conjunto de principios diferentes, un mundo muy diferente
Todos ellos haciendo aquello que la ONU ha estado hacienda desde su creación hace más de 60 años. Yendo a donde otros no pueden o no quieren ir. En nombre de la humanidad
David Smith: Director del Centro de Información de las Naciones Unidas para Argentina y Uruguay.
Fuente: Perfil