Fue hace exactamente cinco años, aunque parezca que transcurrió un siglo y millones de recuerdos quedaron guardados en el tiempo, de lo que fue el mayor drama de lo que fue el siglo XXI en el mundo entero.
La epidemia de coronavirus, anunciada en China a fines de 2019 y declarada pandemia en enero de 2020 por la UNESCO, avanzaba en el mundo y exigía medidas extraordinarias, algunas inéditas en la historia mundial, para intentar paliar sus consecuencias.
Tierra del Fuego dio el primer paso en Argentina, el 16 de marzo de 2020, jornada que cambiaría para siempre el cotidiano transcurrir de los fueguinos. Ese día, el gobernador Gustavo Melela estableció por decreto 468/2020 el estado de cuarentena y el cierre de fronteras en el ámbito provincial. De esta manera, suspendía hasta el 31 de marzo (plazo que se fue extendiendo por meses más) toda actividad pública y privada, industrial, comercial, recreativa y deportiva, y prohibía a los habitantes salir de sus viviendas, salvo para comprar alimentos y medicamentos, o para otros fines excepcionales.

El mandatario provincial daba a conocer, por cadena provincial, el decreto que creaba un «protocolo de cuarentena» para ser reglamentado por un «Comité Operativo de Emergencia».
El mundo ya contaba los contagiados por Covid-19 y los fallecidos por no poder superar la enfermedad, se fijaban restricciones de todo tipo para frenar el virus y la cuarentena venía a ser una medida extrema y desesperada que se debutó en Tierra del Fuego y muy pronto se extendió al resto de la Argentina.

La ciudanía se acostumbró desde entonces al encierro, a esperar los partes oficiales del atardecer de cada jornada, a cuidar a sus mayores y a los llamados “grupos de riesgo”, a correr detrás de las vacunas y a inventar formas creativas de convivir con el encierro sin renunciar totalmente a sus actividades.
Según informaba radiofueguina.com, hasta el 15 de marzo (último día antes de la cuarentena) se reportaban 2 contagiados, 7 casos en estudio (o “sospechosos”) y 77 aislados preventivamente. No habría casos fatales hasta mediados de julio de 2020, lo que puso a Tierra del Fuego en un lugar privilegiado dentro del mapa de contagios en Argentina que ya contaba los muertos por decenas.
Vendrían tiempos con circunstancias inimaginables, como el encierro total, salir a caminar por turnos según el número de DNI, comprar medicamentos o alimentos haciendo fila fuera del establecimiento, prohibición de reuniones, bicicletas, motos y automóviles secuestrados por la policía por infringir el aislamiento y hasta denuncias penales (que nunca llegaron a nada) por el mismo motivo. Y el barbijo, o cubrebocas, como elemento vital y obligatorio, casi como una parte más del rostro de cada ciudadano.

El flagelo iría cediendo a poco y los regulares informes oficiales mermando hasta desaparecer. Para setiembre de 2023 (¡tres años y medio después ¡) el número de contagios se mantenía en una meseta, con casos dudosos o no percibidos, en su mayoría. Un informe no oficial de agosto de ese año establece el total de contagios de coronavirus declarados en Argentina, en 10.101.218 personas, con 130.663 fallecidos, una cifra estremecedora pero real.
Los datos clasificados para Tierra del Fuego son mucho más antiguos, aunque variaron poco luego: el 18 de julio de 2022 radiofueguina.com reflejaba un informe del ministerio de Salud de la Provincia que reportaba 552 fallecidos por la pandemia y un total de contagios superior a los 32.000. El 2 de enero de 2023, en un informe aislado, el gobierno de la Provincia elevaba la cifra de casos fatales a 565.
Para ese entonces se habían aplicado a las personas 423.410 dosis de vacuna contra el Covid-19.
El temor decrecía, los barbijos iban quedando archivados en algún cajón, pasando poco a poco al olvido, tal como los hisopados o la obligación de vacunarse. Pero quedan los recuerdos, el drama, los seres queridos perdidos y las dudas acerca del rol de los funcionarios, eficaz en algunos casos y hasta punible en otros.
Que queden las enseñanzas y que la pandemia no vuelva nunca más.
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