50 años han transcurrido desde el evento que disparó el horror en todo el Cono Sur, pues un 11 de septiembre de 197, la Operación Cóndor de la CIA perpetra un golpe de estado en Chile usando a militares para asesinar al presidente socialista, democráticamente electo, Salvador Allende.
Comenzó por la madrugada, en el puerto de Valparaíso, corazón de la Marina. Extendiéndose durante toda la mañana, con reiteradas alocuciones del presidente donde manifestaba que no renunciaría al gobierno de Chile.
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“Solo acribillándome a balazos, podrán impedir mi voluntad de cumplir el programa del pueblo”, había pronunciado el presidente socialista.
Finalmente, el bombardeo liderado por la Fuerzas Armadas comenzó al filo del mediodía y, tras media hora de ataque, con el palacio de Gobierno en llamas, los pelotones irrumpieron por la puerta del número 80 de la calle Morandé. Mientras, Allende, rodeado pronunció un último discurso y se suicidó en el segundo piso.
“Seguramente, ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción y serán ellas el castigo moral para quienes han traicionado el juramento que hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, también se ha autodenominado Director General de Carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡No voy a renunciar!”, fue el último discurso de Allende.
“Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.
Allende habló a los trabajadores chilenos y agradeció la confianza que depositaron “en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra de que aceptaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unido a la reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición”, apuntó y recordó al general Schneider quien había sido asesinado por un grupo de ultraderecha en el año 1970.
“Víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena, reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”, apuntó el socialista.
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En su discurso, Allende también recordó a “la modesta mujer”, campesinas y obreras que trabajaron por la construcción del proyecto político de la Unidad Popular. A los “profesionales de la patria” que trabajaron contra la sedición que, apuntó Allende, venía de los “colegios de clase para defender también las ventajas que una sociedad capitalista le da a unos pocos”.
Y en una terrorífica predicción de lo que se avecinaba, se dirigió a la juventud, a los obreros e intelectuales, “que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las líneas férreas, destruyendo los oleoductos y los gaseoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de pro[inaudible por los bombardeos]. Estaban comprometidos. La historia los juzgará”.
“Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”, esas fueron las últimas palabras del primer presidente socialista electo democráticamente en Latinoamérica, quien encontrándose rodeado en el palacio de la Moneda procedió a quitarse la vida.
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Luego, sobrevino el horror. Horror que, sin embargo, muchos defendieron por el crecimiento económico que se experimento en Chile gracias a las llamadas doctrinas de shock, de apertura económica, implementadas por los “Chicago Boys”, un grupo de economistas chilenos que estudiaron las recetas de Milton Friedman. Aunque, paradójicamente, el gran salvador de la economía chilena fue el cobre, estatizado por Allende.
Mercedes Chamorro llegó a Argentina el 16 de julio de 1972, pero toda su familia había quedado en Chile y recordó para ((La 97)) que desde su país le contaban la cantidad de cuerpos que se encontraban en los bosques, tapados con diarios luego de ser fusilados.
“Los fusilaban en medio del bosque”, relató el horror.
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La masacre fue tal que se extendió inclusive hasta los Estados Unidos, donde fue asesinado el canciller Allendista, Orlando Letelier, con una bomba que se colocó en su coche.
50 años, pues, se cumplen desde uno de los episodios más aterradores y sangrientos de la historia chilena. El terror que impuso una clase social, con el fin de destruir el proyecto de Allende, imponer un gobierno servil a los intereses norteamericanos y abrir el llamado período “neoliberal” en toda la región. El crecimiento económico de Chile que buscó la dictadura se logró, pero el costo fue altísimo.
En una novela de Joseph Conrad, un hombre llamado Marlow viaja al Congo para buscar a un terrible jefe de explotación de marfil, de apellido Kurtz, quien había logrado innumerables riquezas en Europa a raíz de la sangre provocada en el país africano. Antes de morir, Kurtz recuerda todas estas riquezas de las que llenó Europa, sin embargo, sus últimas palabras, que Marlow dice resuenan en cada poro de la sociedad europea, recuerdan las consecuencias de las mismas: “El horror, el horror”.
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