Recorrer las calles de Río Grande o Ushuaia en busca de un taxi o remise, puede llegar a ser una quimera. Peor aún si la necesidad ocurre en horas de la noche. Una utopía si se pretende viajar el fin de semana, o a la madrugada. La presencia de algún vehículo de transporte en las paradas públicas dispuestas estratégicamente, constituye una verdadera fantasía.
Esta es la situación que, al respecto, se verifica cotidianamente en las ciudades de Tierra del Fuego, donde los taxis están a veces y en las condiciones en las que estamos acostumbrados a que nos presten el servicio: carísimo, con vehículos no siempre en condiciones y, lo peor de todo, la enorme dificultad para conseguir.
En Río Grande reina la anarquía en cuanto a horarios y cumplimiento de las horas de trabajo establecidas. En Ushuaia, la gran mayoría de taxistas y remiseros están dedicados a la actividad, que les está prohibida, de transportar turistas fuera del radio urbano de la capital provincial. A laguna Esmeralda o a cerro Castor, según sea la temporada, los destinos preferidos para esta actividad ilegal.
Mientras tanto, en Buenos Aires, Córdoba o cualquier ciudad grande del país, o en otros lugares del mundo donde interesa prestar un servicio en condiciones ventajosas para el usuario, cualquier usuario que llama a Uber, Cabify o como se llame, sabe exactamente la patente del vehículo que lo va a llevar, marca y modelo, nombre del chofer, hasta la foto del conductor del vehículo y hasta puede seguir en tiempo real a través de su celular el itinerario del coche que acaba de contratar hasta que llega a la puerta de su casa, evitando la espera en la calle y demás.
La premiada consultora fueguina Neodelfos nos ha hecho saber que el 85% de los fueguinos exige la llegada de esas aplicaciones a la provincia.
Volanteando privilegios
La oposición está, como siempre, en el lobby de las corporaciones, impidiendo en los Concejos Deliberantes cualquier intento de cambiar la normativa, o de establecer una regulación que se ajuste a la realidad y a los tiempos. Y así seguimos, cada vez más caros, cada vez más deficientes.
Mientras tanto, algunos todavía se animan a oponerse a lo que es inevitable -porque así lo fue en todo el mundo-, la llegada de las aplicaciones para el transporte de pasajeros.
Es hora de animarse, es tiempo de terminar con un servicio que además de caro, se caracteriza por una exagerada intermediación, donde nadie sabe quiénes son los verdaderos titulares de las licencias. Porque esos listados se esconden a la comunidad, porque figuran como dueños de las licencias testaferros que no están ni enterados siquiera de cómo se lleva adelante esto.
Todo esto moviliza la urgente necesidad de blanquear la situación, mucho antes que hacer cualquier estudio de mercado. Saber cómo se está prestando el servicio, quiénes intervienen, cuánta intermediación hay y otras cosas que tienen que ver con el costo.
Para peor, los licenciatarios no solo se niegan a cumplir el horario y se resisten a cumplir con las horas mínimas de trabajo de cada vehículo, sino que pretenden legislarse a sí mismos, a su antojo. Hasta ahora, nadie le ha podido ponerle el cascabel al gato.
Es hora de regular, es hora de adecuarse a los tiempos, es hora de acabar con esto de dejarse dominar por los intereses corporativos de unos pocos, en perjuicio de toda la comunidad.
La hora del cambio ha llegado, hay que entenderlo y los primeros que lo deben asumir son los concejales, de Río Grande y de Ushuaia, de la misma manera.
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