Familiares de trabajadores de la salud que murieron por coronavirus recordaron a sus seres queridos y pidieron conciencia, solidaridad y responsabilidad para evitar los contagios de una enfermedad que desde hace seis meses colocó al sector en el frente de batalla, a pesar de enfrentar discriminación, cansancio, la muerte de más de cien colegas y la falta de recursos.
«Mi viejo no pudo hacer cuarentena, fue a trabajar todos los días hasta que se enfermó. Lo hacía orgulloso y contento», dijo en diálogo con Télam Nerina Amarilla, cuyo padre Carlos tenía a cargo la admisión de los pacientes de la guardia del hospital Lucio Meléndez de la ciudad bonaerense de Adrogué desde hacía 25 años.
Una carta que firmaron decenas de médicos y enfermeros para despedir a «El Negro», como lo llamaban sus compañeros, concluye «Tu guardia terminó, amigo», y fue acompañada por un sostenido aplauso para decirle adiós al hombre de 59 años que, según su hija, «se ganó el cariño de todos».
La mujer de 29 años es radióloga, trabaja en el mismo centro de salud en el que lo hacía su padre, y pese al duro momento que tiene que enfrentar tras su muerte el pasado 4 de septiembre, aseguró que todos los días recibe «palabras de apoyo, de contención, me paran compañeros a contarme anécdotas divertidas y siempre terminamos riendo».
«Porque así era papá, siempre andaba con una sonrisa, divertido y siempre predispuesto a ayudar a los demás, eso es hoy lo único que me ayuda a seguir adelante», aseguró la joven y remarcó lo difícil de volver a trabajar en el hospital donde pasaba tanto tiempo con su padre.
Amarilla no tenía ninguna comorbilidad precedente, el 1 de agosto comenzó a tener fiebre, tres días más tarde fue hisopado y el resultado positivo llegó el 8 de agosto. Pasó la primera semana en su casa, pero como la fiebre no cedía tuvo que ser internado con oxígeno durante casi diez días; después atravesó otros diez días entubado en la Unidad de Terapia Intensiva (UTI).
«Te juro que hicimos todo lo que pudimos, pero el negrito se nos fue», le dijo antes de romper en llanto el médico a cargo de la UTI a la mujer, que recordó además que «lo dijo con un dolor, estaba realmente conmovido».
«Este tipo de reacciones son las que me motivan a dejarlo todo, para que mi viejo se sienta tan orgulloso de mi, como yo lo estoy de él», manifestó Nerina, para quien lo más duro fue «no poder despedir a mi padre, no poder darle un abrazo».
Un cajón cerrado
La esposa de Amarilla y otra de sus hijas fueron consideradas como casos positivos de Covid-19 ya que vivían con él, pero no se les realizó hisopado porque no presentaron síntomas, aunque hicieron el aislamiento correspondiente.
«Mi mamá la pasó muy mal, la última vez que lo vio se iba en una ambulancia y después ya le dieron un cajón cerrado», afirmó la joven y expresó que tanto ella como su familia salen sólo a «hacer las compras y a trabajar» y se mostró «enojada por la cantidad de gente que hay en la calle, sin barbijo o saliendo sólo porque está lindo el día».
En este sentido, remarcó que entiende «si salís a trabajar o a ayudar a alguien, pero no a la gente que se junta a tomar una cerveza con amigos porque dicen que no aguantan más. Es un pensamiento tan egoísta, no sólo porque te podés enfermar vos sino porque lo más probable es que contagies a los demás».
Julieta Gutiérrez perdió a su padre, Julio, enfermero de pediatría del hospital Carlos Durand, del barrio porteño de Caballito, quien murió el pasado 14 de junio.
«Me da bronca ver tanta gente en las plazas o sentados en la esquina, tenemos que ser solidarios para tratar de poner cada uno nuestro granito de arena, para que nadie tenga que pasar por una terapia intensiva o perder un familiar», dijo en diálogo con Télam.
El hombre de 52 años era enfermero hace 20 y desde 2014 cumplía tareas en el centro de salud. Padecía asma bronquial pero según su hija, la única que Gutiérrez tenía en el país, «al principio no estaban bien organizadas las licencias, me dijo que mandó un mail y le dijeron que tenía que comunicarse con otro lugar; finalmente se la habían dado y justo se contagió».
«Mi papá empezó a presentar síntomas y fue a la guardia, le dijeron que era una bronquitis y lo mandaron a la casa, dos días después ya tenía fiebre alta y fue de nuevo», relató la joven de 24 años y apuntó que en esta segunda visita «le hicieron el hisopado y lo dejaron internado y a los pocos días también internaron a su mujer».
A dos días de quedar en el hospital, Julio sufrió una insuficiencia respiratoria y necesitó ventilación mecánica, y cuatro días después murió.
Julieta, madre de dos niños, recordó que la mujer del padre se encontraba internada y aislada al momento de recibir la noticia de la muerte de Julio, lo que «fue una situación muy difícil para todos porque no podíamos hacer nada».
«A mi papá lo voy a recordar siempre con una sonrisa, amaba a los chicos, a sus nietos y a todos los que iban al hospital, tenía una paciencia increíble; eso sí quería hacer que todos se vuelvan hinchas de Boca», evocó la joven.
Marcha
Un relevamiento de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) estimó que hasta el momento 32.300 trabajadores de la Salud contrajeron Covid-19 en todo el país, de los cuales 110 murieron.
En la Ciudad de Buenos Aires, en tanto, el número de pacientes dentro del personal sanitario es de 9.827 y 32 muertes, según actualizó ayer el Ministerio de Salud porteño.
Para visibilizar esta problemática y exigir al Gobierno porteño una nueva categorización y el pago de un bono por esencialidad del mismo monto que el de los médicos, enfermeros de los distintos centros de salud marcharán el lunes al Congreso de la Nación, manifestación que se replicará en distintos puntos del país.
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