El sábado 29 de julio de 2000, René Gerónimo Favaloro terminó con su vida de un disparo al corazón. Tenía 77 años y su secretaria lo encontró muerto en el baño. Al lado de su cadáver había un revólver y un mensaje para quien lo hallara. Pedía que se le informara a sus dos sobrinos sobre lo que había sucedido.
Los primeros en llegar al domicilio, encontraron también una serie de cartas. En ellas, Favaloro se despedía y contaba el camino que lo llevó a matarse. “Es indudable que ser honesto, en esta sociedad corrupta tiene su precio. A la corta o a la larga te lo hacen pagar”, escribió.
Las crónicas de aquel día recuerdan que el SAME recibió el alerta alrededor de las 17.36: “Hay un hombre descompuesto encerrado en un baño”. Era Favaloro, en su departamento del segundo piso de la calle Dardo Rocha 2965.
Policías y funcionarios de la Justicia estuvieron en el departamento más de cinco horas. Mariano Favaloro, primo de René, fue uno de los primeros familiares en llegar al lugar. “No puede ser verdad. No, alguien con su fortaleza no podría haber hecho algo semejante”, dijo y estalló en llanto.
En sus cartas, Favaloro denunciaba: “La corrupción ha alcanzado niveles que nunca pensé presenciar”. Y detallaba la crítica situación que atravesaba su propia Fundación: “En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer”.
Médico rural
Entre sus palabras de despedida, el reconocido cardiocirujano recordaba cómo había sido presentado años antes en un acto académico en Estados Unidos: “(…) se me presentó como a un hombre bueno que sigue siendo un médico rural. Perdónenme, pero creo, es cierto. Espero que me recuerden así”.
Favaloro rememoraba con esas palabras sus años en la localidad pampeana de Jacinto Arauz. Allí, viajó a comienzos de 1950. El médico local se había enfermado y lo pedían como remplazo. Recién graduado, el médico nacido en La Plata aceptó la propuesta. Viajó para ocupar el cargo por tres meses y se quedó doce años.
En Jacinto Arauz, Favaloro creó un centro asistencial. Junto a su hermano, Juan José, logró mejorar las condiciones de vida de los habitantes. Puso en práctica durante esos años los conocimientos que recibió de dos personas a las que admiraba. Por un lado, su tío, el médico Arturo Cándido Favaloro, y su abuela Césarea de Raffaelli. A esta última le dedicó la tesis con la que se recibió.
En 1962, inspirado por los cambios que la medicina presentaba, Favaloro viajó a los Estados Unidos. Específicamente, a la Cleveland Clinic de Ohio, para especializarse en cirugía torácica y cardiovascular. De aquella renunciaría a comienzos de la década de 1970 para regresar a la Argentina. En su última carta, explicó su decisión: “(…) se debió a mi eterno compromiso con mi patria. Nunca perdí mis raíces. Volví para trabajar en docencia, investigación y asistencia médica”.
El bypass
Años antes de regresar al país, Favaloro revolucionó la ciencia médica para siempre. Durante la década del 60, logró estandarizar y sistematizar la técnica de bypass aortocoronario (o cirugía de revascularización miocárdica). Procedimiento que al día de hoy, con cirugías programadas, y en pacientes sin enfermedades asociadas de jerarquía, la mortalidad llegó a ser inferior al 2%.
Favaloro utilizó por primera vez esta técnica en 1967 y en 1968 publicó el primer trabajo en la literatura mundial sobre el tema. Años después, siguió sus estudios y agregó innovaciones significativas en la manera de encarar ese procedimiento quirúrgico.
De vuelta en Argentina, Favaloro trabajó en el Sanatorio Güemes. “A mediados de la década del 70”, recordaba en su última carta, “comenzamos a organizar la Fundación (Favaloro). Primero con la ayuda de la Sedra, creamos el departamento de investigación básica que tanta satisfacción nos ha dado y luego la construcción del Instituto de Cardiología y cirugía cardiovascular”.
Declaración de Principios
Recién en 1992, Favaloro pudo ver concretada su Fundación. Ese año, presentó los lineamientos éticos con los que quería que la institución se orientara. Y estos son:
- Honestidad.
- Trabajar con pasión, esfuerzo y sacrificio sin límites.
- Evitar ser influidos por conceptos dogmáticos o prejuicios propios o ajenos.
- Sus contribuciones tendrán valor si sólo son el producto de su libre albedrío, ejercido sin sometimiento ni límites.
- No apartarse nunca de la ética, al comprender que ella está implícitamente condicionada por la moral y por el respeto a la dignidad y a la condición humana del paciente y de sus familiares.
- Deberá comprender con humildad que es necesario trabajar en equipo. Sacrificará lo individual en beneficio de lo colectivo. La evolución científica así lo demuestra. El yo ha sido reemplazado por el nosotros hace ya bastante tiempo.
- Hay que sacrificarlo todo en aras de la verdad y nada más que la verdad. Decir siempre en voz alta lo que se piensa por dentro. Nada puede sustentarse sobre la mentira.
- Si además del alivio del sufrimiento de nuestros semejantes enriquecemos nuestros conocimientos, la satisfacción será doble.
- El sujeto básico de nuestra tarea, y por ende el único que gozará de privilegios, será el paciente.
- Solamente se llegará a gozar de lo realizado cuando en su alma sienta, preferentemente en los silencios necesarios para la reflexión, que el único premio verdadero es el que proviene del placer espiritual, limpio y sereno del deber cumplido.
Recordaba en su último mensaje: “(…) debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina (parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles sin límites de ninguna naturaleza). Nos hemos negado sistemáticamente a quebrar los lineamientos éticos, como consecuencia, jamás dimos un solo peso de retorno. Así, obras sociales de envergadura no mandaron ni mandan sus pacientes al Instituto”.
El final
“Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata. No puedo cambiar”, dijo Favaloro. Y agregó: “No ha sido una decisión fácil pero sí meditada. No se hable de debilidad o valentía. El cirujano vive con la muerte, es su compañera inseparable. El cirujano vive con la muerte, con ella me voy de la mano. Sólo espero no se haga de este acto una comedia. Al periodismo le pido que tenga un poco de piedad”.
El sábado 29 de julio de 2000, Favaloro se disparó en el pecho y murió. “En estos días he mandado cartas desesperadas a entidades nacionales, provinciales, empresarios, sin recibir respuesta”, dejó escrito.
En las últimas líneas de su mensaje, el cardiólogo cerró: “A mi familia en particular a mis queridos sobrinos, a mis colaboradores, a mis amigos, recuerden que llegué a los 77 años. No aflojen, tienen la obligación de seguir luchando por lo menos hasta alcanzar la misma edad, que no es poco. Una vez más reitero la obligación de cremarme inmediatamente sin perder tiempo y tirar mis cenizas en los montes cercanos a Jacinto Arauz, allá en La Pampa. Queda terminantemente prohibido realizar ceremonias religiosas o civiles. Un abrazo a todos. René Favaloro“.
/Fuente: Mitre)
Imágenes: Fundación Favaloro
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