Uno de las cosas más difíciles de lograr es cambiar la costumbre. Cuando esta es sana, no hay problema; pero cuando nos perjudica, nos altera o, peor aún, nos enferma, es necesario salir de ella lo antes posible.
En nuestra recorrida por Caleta Olivia, en Santa Cruz, notamos que el paso de los años acostumbró a sus vecinos a vivir sin agua. Ellos saben que al abrir una canilla no va a salir nada y ya se acostumbraron. Cansados de protestar, los vecinos contrataron camiones para llenar uno o dos tanques con agua. Pagan por cada mil litros entre 300 y 400 pesos y vuelven a llamar al camión cuando se termina. Les alcanza para tres o cuatro días. Hace mas de 20 años que viven así. Acostumbrados.
Se acostumbraron a bañarse cada dos o tres días, a lavar la ropa cuando «se pueda», a no limpiar el auto. Se acostumbraron a no regar las plantas, a no baldear el patio ni la vereda, y a que muchas veces los chicos no tengan clases por falta de agua. La clínica local se acostumbró a pagar mas de 200 mil pesos por mes para llenar durante todo el día los tanques para los médicos y los pacientes. Todo porque no hay agua.
El sueño frustrado
Durante todos estos años la política prometió soluciones y se embarcó en proyectos millonarios como la planta de ósmosis inversa que potabiliza el agua salada del mar. Un plan multimillonario que empezó a construir Cristóbal Lopez, pero que fue abandonado apenas entró en prisión.
Si alguna vez se termina, muchos dudan en que pueda contar con la energía eléctrica suficiente para funcionar. Energía que no hay en la región. La situación es tan dramática que en la ciudad muchos afirman que no existen planos de la red de caños de agua. En algunos pocos puntos llega el agua y nadie sabe explicar porqué.
Caleta Olivia necesita agua y abandonar las costumbres que enferman.
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