Los que vienen siguiendo el tema desde la primera vuelta electoral señalan dos cuestiones. La primera es que la relación es mala porque Bergoglio y Macri se conocen de antes. Y la segunda es que ambos representan ideologías y cosmovisiones del mundo completamente diferentes. Lo que al principio era solo un problema de atraso en la felicitación del Papa al Presidente electo ha terminado convirtiéndose en un serio problema para el Gobierno. La Casa Rosada teme que la frialdad de Francisco hacia Macri sea interpretada en el contexto de las críticas de que se trata de un «gobierno para ricos» sin sensibilidad social.
Las fuertes, pero al mismo tiempo sinceras, declaraciones de nada menos que María Eugenia Vidal –la dirigente política con mejor imagen del país– sobre el aborto ayer, proponiendo que no se criminalice a la mujer, además de abrir el debate sobre uno de los temas tabú de la sociedad argentina, rompe el pacto tácito entre el Vaticano y la Casa Rosada de décadas, y ratificado desde que Jorge Bergoglio es Papa. Argentina, uno de las comunidades católicas más importantes del mundo, no modificará nunca su legislación sobre el aborto y menos desde que un cardenal de este país llegó al obispado de Roma. O dicho de otro modo: en el país del Papa no habrá aborto.
La gota que rebalsó el vaso para la Casa Rosada fue la confirmación que Francisco espera en el Vaticano con los brazos abiertos a Hebe de Bonafini. Cuando la noticia llego a Presidencia comenzó una larga y sigilosa tarea política para confirmarla. Las aclaraciones vaticanas de que la recepción a Bonafini dependía de su estado de salud, en virtud de sus 87 años, decidieron al macrismo a poner fin a la diplomacia de los paños fríos y la tolerancia.
Cuentan que los griegos decían que la primera víctima de una guerra es la verdad. Y también es cierto que las mejores personas con las mejores intenciones pueden verse involucradas en disputas ajenas. Margarita Barrientos, uno de los mejores ejemplos de ayuda al prójimo, fundadora de uno de los comedores más importantes de la Ciudad de Buenos Aires, contó esta semana que el Papa no la quiso recibir, corriendo una suerte distinta a la de Estela de Carlotto, quien sí logró verlo. Horas después del impacto que generó la noticia de que Francisco no haya querido estar con nada menos que Barrientos, llegó una curiosa aclaración extra oficial desde Roma: la fundadora de Los Piletones no había sido recibida en virtud de que fue acompañada por uno de los integrantes de una de las ramas de los orfebres Pallarols con la que el Papa está distanciado. Ayer alguien en el Vaticano decidió ordenar el desorden y oficialmente se explicó que su Santidad nunca supo que Barrientos había estado en Roma. De ser esto cierto, habrá que rediseñar la oficina de Protocolo del Papa. Para ser un error, es demasiado grosero.
La historia de los que conocen a Jorge Bergoglio y a Mauricio Macri antes que uno fuera Papa y el otro Presidente relatan que los desencuentros entre ellos tienen raíces más profundas de lo que parece. Es cierto que al entonces cardenal porteño le molestó la postura que el gobierno de la Ciudad adoptó frente al matrimonio igualitario, lo que cual le valió un distanciamiento de su entonces amiga Gabriela Michetti. Pero si esa fuera la razón del cortocircuito en la relación, menos se entiende los apoyos que Bergoglio, ya siendo Papa, le dio a Cristina Kirchner, La Cámpora y cuanto kirchneristas pasó por Roma, teniendo en cuenta que fue la Casa Rosada K la principal impulsora de la Ley de Matrimonio Igualitario.
Gustavo Vera, el político de mayor cercanía a Bergoglio en su momento y al Papa ahora, confesó esta semana que la razón por la que el Vaticano apoyó tanto a Cristina es porque Francisco temía que no terminara su mandato. Vera va más lejos y señala que llegó información al Vaticano entre diciembre 2013 y enero del 2014 de un «golpe político» para desplazar a Cristina de la Presidencia. Francisco no quería ninguna irregularidad en su país en el primer año de su Papado. Mantuvo conversaciones con importantes referentes del país de ese momento para frenar cualquier intento «destituyente». Vera agrega que todos los gestos de Francisco en favor de Cristina no pasaban de aquella intención y que justamente en ese sentido toleró situaciones insólitas, como la visita de los jóvenes de La Cámpora y el regalo de los salamines mercedinos, foto incluida.
Otros encuentran otra explicación en el evidente distanciamiento del Papa y Macri: la cuestión ideológica. Es la única hipótesis que interpreta adecuadamente a todas las demás. Más allá del folclore local de que Francisco es un «guardián» (por Guardia de Hierro, la agrupación peronista de la década del 70 opuesta a la izquierda montonera) es obvio que el Papa y el Presidente no piensan lo mismo, sobre todo en economía y en el plano social o, si se quiere, en las consecuencias sociales de las políticas económicas. Y esto es lo que preocupa seriamente al macrismo.
Desde que Macri fue electo presidente, el Papa comenzó una evidente tarea de distanciamiento. Escudados en cuestiones de protocolo los funcionarios vaticanos explicaban que los papas no saludan a los presidentes en su calidad de electos sino hasta que asumen sus cargos formalmente. El argentino Guillermo Karcher se contactó con este periodista para pedirle que no siguiera reclamando un saludo papal a Macri, que por cierto nunca llegaría.
Recién hablaron por teléfono el 17 de diciembre en virtud del cumpleaños 79 de Bergoglio. Fue el pretexto que encontró el Gobierno para justificar el llamado del presidente argentino. La tragicomedia de enredos no se agotó: la Casa Rosada difundió que el Papa le había enviado una carta llena de cálidos mensajes de salutación a Juliana Awada y a Antonia Macri que había llegado a Buenos Aires a través de Adriana Triaca, la madre de Jorge, el ministro de Trabajo. Horas después todo se desmintió. Al final nunca se supo si la carta existió y, si de ser cierta, si fue Adriana Triaca quien la portó. O si fue en respuesta a otra carta de Macri al Papa, pero previa.
El inevitable encuentro entre el Papa y Macri llegó en la última semana de febrero,prologado por un fallido intento de reunión antes de que el presidente argentino participara del Foro de Davos. El diario español El País de Madrid sintetizó el mitin vaticano de manera concluyente: «…los gestos indican que las cosas fueron incluso peor de lo esperado. El encuentro duró solo 22 minutos, el rostro de Francisco era muy serio, frío, y el Presidente aseguró después que el Papa le ha confirmado que tampoco viajará en 2016 a Argentina». Para peor de males la comitiva argentina no pudo estar peor diseñada: entre los gobernadores que acompañaron a Macri estuvo por caso Rosana Bertone, pariente de Tarsicio Bertone -uno de los cardenales clave durante los papados de Juan Pablo y Benedicto- que luego fue defenestrado por Francisco. Y Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, se le quejó a Macri de Juan Manuel Urtubey, con este delante, por el informe del Obispo de Orán, Gustavo Zanchetta, sobre la tolerancia excesiva del gobierno salteño frente al problema del narcotráfico en la provincia. Cartón lleno.
Los gestos del Papa contrarios a Macri fueron aún más: foto de emocionada despedida de Guillermo Moreno de Roma. Envío de un rosario a Milagro Sala. Una carta privada a Julio Bárbaro sobre Argentina, donde se revela el verdadero pensamiento del Papa sobre el país y el gobierno. Y ahora lo de Hebe de Bonafini. Salpimentado con las declaraciones de Eduardo de la Serna -coordinador de Opción por los Pobres, y sindicado como cercano a Francisco y al mundo K-, quien pidió la renuncia de Macri por los Panamá Papers.
Jaime Durán Barba dijo públicamente horas antes de la segunda vuelta electoral que la opinión del Papa no importaba y no atraía votos. Y en privado ha dicho que las consecuencias de un distanciamiento con el Vaticano no son tan graves. ¿Pero es esto así?
Otros funcionarios del Gobierno piensan diferente. En Casa Rosada están preocupados por haber dejado que les instalen «verdades» –que aseguran falsas– como la «ola de despidos» o que se trata de un «gobierno para ricos». Lo peor que puede pasar ahora es que cobre definitivamente cuerpo la idea de que el evidente enfrentamiento con el Papa es por motivos ideológicos. Que Francisco disiente con las ideas económicas de Macri, que no comparte su plan económico y que teme por las consecuencias sociales de sus políticas.
Por eso es que, en la más absoluta de las reservas, un enviado macrista trabaja en una idea para cicatrizar heridas: lograr que el Papa visite por primera vez el país en esa condición en el 2017.
¿Vendrá Francisco a Argentina en un año electoral?
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