El último libro del escritor uruguayo Eduardo Galeano, «El Cazador de historias», ciñe desde el título la peculiaridad de sus textos breves, surgidos entre el recorrido y el hallazgo, la curiosidad y la investigación, el dato fehaciente y el anecdotario; develando a través de las voces de seres anónimos o prohombres postergados el devenir de una América Latina saqueada y oculta por la historia oficial.
Editado por el sello Siglo XXI, el libro lleva la marca de Galeano (1940-2015), que dio paso ya, entre el relato y la investigación periodística, a un universo de microhistorias en una veintena de libros, entre ellos «Espejos», «Bocas del tiempo», «El libro de los abrazos», «Los hijos de los días» y los tres tomos de «La memoria del fuego».
Se ha insistido en que a partir de «Las venas abiertas de América Latina» (1971), se saltó los géneros literarios para armar un híbrido con extractos narrativos, `metaforización` poética y rigor periodístico, subrayando la distancia entre verdad y eufemismo mediante una utilización de la paradoja y la ironía corrosiva.
«El cazador de historias», dividido en cuatro secciones, inicia con «Molinos de tiempo», la más extensa, donde toca sus temas recurrentes: las culturas aborígenes arrasadas por la Conquista española, los distintos personajes de la historia, y elementos de la naturaleza –sol, estrellas, viento, mares- girando en cosmogonías que remiten a la libertad.
Las otras secciones -«Los cuentos cuentan», «Prontuario» y «Quise, quiero, quisiera»- remiten a su vocación literaria, sus «andares de cuentacuentos», la génesis de algunos de sus libros y el tema de la muerte; Galeano pulió el libro hasta sus últimos días, aquejado por una grave enfermedad.
Vuelve aquí a uno de sus núcleos temáticos: la historia continental documentando una acción depredadora y sistemática de las potencias de turno, cuestionando a la vez políticas neoliberales que llevan a un presente, dice, «de aguas envenenadas, basura industrial y residuos de fertilizantes». Y califica irónicamente a las leyes del mercado, «de contradictorias», ya que: «Hay que apretarse el cinturón y hay que bajarse los pantalones'».
También da relieve a las voces emancipadoras (Túpac Amaru, Caupolicán, José Artigas), encarnadas a veces por mujeres en lucha por su dignidad (en 2015 publicó el libro «Mujeres»), entre ellas Nina de Campos Melo, nieta de esclavos y presidenta del sindicato de empleadas domésticas, y la costurera boliviana Simona Manzanella escondiendo, entre paños hilvanados, mapas y mensajes «que mucho ayudaron a la libertad de esa tierra que ahora se llama Bolivia».
Como en la tradicional Feria de Tristán Narvaja de Montevideo -tema de uno de sus textos en el que desmenuza este mercado de pulgas donde se hallan pájaros musiqueros, zapatos vendidos de a uno, lentes, llaves y dentaduras usadas- el escritor reparte bandejas con píldoras jugosas: minificciones, apuntes, cuentos infantiles, datos desconocidos y curiosos, en una diversidad de temas –fútbol, bares famosos y leyendas populares-, valiéndose de una robusta oralidad.
A propósito de los cuentacuentos, los anónimos, señala, «me enseñaron lo que se», y agrega: «mis maestros fueron los admirables mentirosos que en los cafés se reunían para encontrar el tiempo perdido»; identificándose con aquellas voces que van a salpimentar el relato popular de los boliches y los fogones, con relatos que trasladan una suma de experiencias de vida y de saberes, que recuperan para la memoria aquellos sucesos que subyacen en el imaginario popular.
Ese rescate de historias que circulan por la cultura popular de boca en boca (utiliza formas como: «me contó», «me contestó sin contestarme, contándome…», «siempre me decía…», «La montaña se lo contó a un amigo que me lo contó…»), es una forma de introducir un tema con palabras que, según afirma el autor uruguayo: «caminan latiendo».
Pertenece así Galeano a la extensa lista de escritores cuentacuentos que han destacado a nivel regional, como sus coterráneos Wimpie y Julio César Castro; los nicaragüenses José Coronel Urtecho y Fernando Silva, y los mexicanos Eraclio Zepeda y Juan José Arreola.
La síntesis del estilo de Galeano lo ha llevado a ratos a la línea aforística; dice en «El cazador de historias»: «La demanda de monstruos alimenta el mercado del miedo». «Paradójico es este mundo que en nombre de la libertad te invita a elegir entre lo mismo y lo mismo», «El infierno es la espera», y este diálogo casual entre un escritor español y una ex estrella de cine: «Disculpe señora, pero… ¿usted no es Greta Garbo? –Fui –dijo ella».
Hacia el final de «El cazador de historias» el escritor, en una cuerda autobiográfica, ratifica su vocación y sale al cruce a una sentencia de Jean Paul Sartre («escribir es una pasión inútil») señalando que: «como humanito, tironeado por el aliento o el desaliento… sigo escribiendo, practicando esta pasión inútil».
Concluye rescatando dos frases: una que le pasa el narrador Juan Carlos Onetti, quien la adjudica a un proverbio chino: «Las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio»; la segunda, que integra un breve texto trabajado en sus últimos días de vida, fue tomada de una carta de un indígena guaraní y retrata a Galeano en su afán de finitud y libertad: «Ya camino por el viento».
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