La Escuela 2 de Río Grande es, sin dudas, el establecimiento educativo más emblemático de la provincia. Por historia y por trayectoria ha logrado que ser un egresado de sus aulas que han albergado a decenas de miles de niños sea un verdadero orgullo.
El mismo orgullo que los padres sienten de ver a sus hijos de implecable delantal blanco comenzar cada año un nuevo ciclo de enseñanza, de formación, de educación. O al menos lo sentían, cuando el inicio de clases era un rito sublime, impostergable, ansiosamente esperado, prolijamente respetado.
Hoy, toda esa alegría, esa ceremonia bendita ha pasado al olvido, postergada por las apetencias mezquinas de los adultos que privilegian sus intereses sectoriales, sus riñas salvajes, sus enfrentamientos estériles, pisoteando el derecho más básico de todos, el de educarse para trascender en la vida.
La Escuela 2 tiene este año 426 matriculados. Cuatrocientos veintiséis niños que, ilusionados, esperaban iniciar las clases esta semana, ignorantes de que la miseria humana puede mucho más que su necesidad de educarse, aprender, convivir, jugar, hacer de la escuela su segundo hogar.
La imagen no puede ser más patética, más ilustrativa, más bochornosa. Un puñado apenas de alumnos asisten al izamiento de la bandera en un patio que en lugar de niños alberga un enorme vacío.
El resto, los más de cuatrocientos ausentes, son excluidos, víctimas de la sinrazón, rehenes de las peleas políticas, de la incapacidad, de la intransigencia, de los bajos instintos de mal llamados “líderes”, mandamases de la desvergüenza, ejecutores de una condena que esos niños no merecen, no comprenden y no merecerán jamás aunque la sufran fatídicamente cada año desde hace un par de décadas.
Nadie piensa en ellos, a nadie parece importarle el futuro; los excluyen, los ignoran, los condenan mientras bailan en las calles y en los despachos la danza de sus miserias materialistas.
En tiempos en que tanto se habla de inclusión, en la imagen faltan demasiados niños, los excluidos, los condenados a un futuro de ignorancia, de pérdida de valores, de incertidumbre. Son los que talvez no lleguen a aprender que dos más dos son cuatro porque para la sociedad de hoy dos más dos nunca es cuatro. Siempre quieren más.
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