“¡A Esteban, a Esteban!”, grita Danilo con una bola de nieve en la mano mientras corre en pleno recreo. Lanza con fuerza, da en el objetivo y el proyectil se deshace sobre la campera de Gregorio Esteban López -un hombre de cuerpo fuerte, sonrisa ancha, tez morena y andar seguro-, maestro de Danilo y director a cargo de la escuela rural Nº 25 Cacique Casimiro Biguá, en el kilómetro 190 de la ruta nacional 40, en plena estepa patagónica, en el sudoeste de la provincia de Santa Cruz.
Pocos minutos pasaron del mediodía y la campana de la escuela suena para dar por terminada la jornada matutina en la Estancia Glencross, donde desde hace 43 años funciona esta institución a la que hoy asisten 12 alumnos, todos de distintas edades. Salen alborotados, se paran derechitos con sus guardapolvos blancos -algunos apenas llevan un buzo que los protege de los seis grados bajo cero- y saludan a la Bandera. Le dicen “hasta mañana” al maestro, pero esa despedida no es más que una antojadiza costumbre, porque después de almorzar volverán al aula y pasarán allí toda la tarde, casi hasta el anochecer.
Esteban López tiene 42 años, es jujeño, aunque lleva más de media vida en la Patagonia como maestro rural, y junto con otros treinta y pocos habitantes de Glencross asegura la presencia como nación en una inhóspita parte del territorio argentino, a pocos kilómetros con la frontera con Chile y aislada de toda urbanización.
Alrededor de Glencross no hay nada ni nadie. No hay transporte ni señal de celular. Sí conexión a Internet, que de vez en cuando funciona. El pueblo más cercano, 28 de Noviembre, está a una hora en auto por camino de ripio, por lo que recibir visitas es para Esteban, cuando menos, algo inesperado, fortuito, como “aquella vez” que una pareja de suecos llegó en bicicleta y se acercó a hablar con el maestro. “No les entendía nada, pero me toqué la panza y les dije morfi, morfi, ni sé por qué me salió decir eso, pero enseguida respondieron yes, yes”, cuenta Esteban entre risas a LA NACION mientras comparte una taza de té y le agradece con la mirada a su esposa, Miriam, que se encarga de la limpieza de la escuela y de preparar para los chicos el desayuno y la merienda cada día.
Llegué en 1998 a Río Negro y el Sur me atrapó. Luego, en Santa Cruz, estuve en la escuela albergue Estancia Las Vegas y en Fuentes del Coyla. Pero nunca tan incomunicado de todo como ahora.” De lunes a viernes, el maestro duerme en la escuela, donde, además de enseñar, administra y cambia los tubos de gas, repara motores, calefactores y siembra el césped junto con sus alumnos para tener una canchita de fútbol. Durante el fin de semana, se va para Río Gallegos y los domingos a la tarde ya emprende el regreso. “El último domingo casi no llego. Durante la semana pasada hubo un temporal muy fuerte y en la 40 se hace un barrial tremendo por culpa de las obras de pavimentación, que comenzaron a romper y luego abandonaron. Estaba con mi señora y mis dos hijos y finalmente decidimos caminar. Conozco la ruta de memoria, pero la oscuridad era absoluta y estaba desorientado. Tenía miedo. Anduvimos casi tres horas hasta que llegamos al puesto de Vialidad Nacional en Puente Blanco.”
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