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Misteriosos naufragios de la Patagonia austral

Más de 1900 barcos han quedado varados a lo largo de las playas del suy del mundo y en diversos momentos de la historia. El Cabo de Hornos ha sido uno de los lugares de América en el que más naves han naufragado por violentas tormentas y corrientes y por otros motivos aún desconocidos.

naufragio

Todos estos barcos permanecen en aquellos lejanos paisajes, semejantes a enormes templos atemporales a la espera de alguien que los visite y les vuelva a dar vida con sus aventuras imaginarias, trepado a lo alto de sus hierros oxidados. Pero lo más importante, para que los que aún permanecen sin identificar sumergidos o no, recuperen su historia.

Del total de 1900 naufragios contabilizados sólo se ha recolectado evidencia arqueológica para 20 casos. Más de 1900 embarcaciones que están siendo catalogadas por el Programa de Arqueología Subacuática del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano Semisumergidos en la orilla u ocultos a distintas profundidades, el Mar Argentino y el Río de la Plata albergan a lo largo de sus 4.700 kilómetros de extensión cientos de barcos naufragados que esperan poder contar su historia de tempestades insalvables y cotidianidades de otras épocas.

Dos son las zonas críticas en cuanto a densidad de naufragios: los bajos del Río de la Plata –donde se localizan 1200 del total de los hundimientos- y el extremo austral de la Patagonia

Un registro practicado en 1925 menciona la cantidad de 345 naufragios ocurridos en aguas magallánicas desde 1520. Unas cien naves se accidentaron dentro del Estrecho por diversos motivos y el resto en las inmediaciones y travesías por el cabo de Hornos. Además, el registro informa de la pérdida de cientos de  barcos, que habían zarpado de puertos europeos y americanos sin dejar rastros.

Con el paso del tiempo y los avances de la tecnología, la naturaleza continúa arrojando barcos hundidos. El Estrecho de Magallanes, el Beagle, el Drake, siempre han sido ellos y lo seguirán siendo. Siempre hay que pedir permiso a la naturaleza para salir a navegar. O buscar refugio y permanecer en las bahías hasta que las inclemencias del tiempo lo permitan, es sabiduría de un buen marino quien posee una sensibilidad para detectar los cambios del viento, ver las corrientes desde la superficie, leer la claridad del cielo. Una inteligencia natural de pilotos o patrones del barco y sus marines. Las tempestades tienen códigos ancestrales.

Los océanos constituyen para los navegantes, tanto desiertos de agua, donde es fácil morir de sed, quietudes desoladoras donde el horizonte parece ser siempre el mismo, como repentinas tormentas donde las olas se vuelven grandes montañas de agua. “Se oscurece el cielo y la fuerza del viento es la auténtica furia de Eolo tal que la nave capitana queda prácticamente destrozada. Los tripulantes gritan y hacen promesas que pueden, o no, cumplir si salen con vida del trance. En medio de los truenos y relámpagos, una ola inmensa hunde el barco haciendo crujir las cuadernas, que luego reaparece en la superficie con la vela hecha jirones y las jarcias rotas.  Otra rompe una cadena soltando una de las anclas, que golpea repetidamente el navío.” Basta un poco de imaginación para suponer lo terrible de esos naufragios, que ocasionaron la muerte en las frías aguas australes de cientos de marinos. Miles de pequeños grupos de seres humanos se vieron obligados a luchar aislados contra las fuerzas de la naturaleza en estos navíos que forman parte de nuestra historia y que tenían un destino por alcanzar. Hubo muchos casos de los que no se tiene noticias pues los barcos se perdían sin que hubiera sobrevivientes.  Allí están, sumergidos, o tal vez a bordo de un legendario barco fantasma de la mitología de Chiloé en el sur de Chile, que navegaba aquellas aguas rescatando y dando la inmortalidad a los náufragos. Casualmente, el origen de la leyenda surgiría en base a las desapariciones misteriosas de expediciones españolas al Estrecho de Magallanes.

Las embarcaciones se transformaban en los medios a través del cual se cumplirían los objetivos de las travesías, ya sea de exploraciones, de descubrimientos, científicas, Carrera de Indias, o por último embarcaciones de usos de actividades marinas locales e incluso de guerra. Todas ellas a lo largo de la historia del Mar del Sur, navegaron las peligrosas aguas del más austral paso interoceánico. Miles de ellas yacen dispersas en los fondos marinos convertidas en templos misteriosos, pacientes a que un día se devuelva a la vida con la memoria de sus tripulantes.

Un pecio, es un fragmento de una nave que ha naufragado. En el transcurso del tiempo, pueden pasar distintas situaciones. Si ha zozobrado en aguas turbulentas, de fuertes corrientes, sensible a cambios geológicos en sus fondos, posiblemente el pecio se disperse en un radio importante. Puede quedar en la costa o semisumergido erosionándose. Y también si el hundimiento ha sucedido en aguas y climas estables podrá permanecer intacto, en la misma posición, con los objetos personales del pasaje, su carga, su armamento y, por supuesto, lo restos de los tripulantes que viajaban a bordo. Igual que cápsulas atemporales, modificándose poco a poco, hasta convertirse en un hogar para la fauna marina.

Revelan aspectos de las características constructivas de la época, tecnologías o rutas de navegación. Pueden proveer información interesante relacionada con estructura social de la tripulación e incluso las maniobras efectuadas antes del naufragio. Las fuentes existentes en archivos tales como diarios de bitácora, relatos de supervivientes, planos del barco, etc. Serán de suma importancia en la investigación donde la evidencia física tendrá la última palabra. Esta conciencia: la de no intervenir libremente ni extraer nada del sitio, es un concepto que no solo debe quedar en la arqueología sino también en los marineros, buzos deportivos y curiosos, en el común de los pobladores de esas zonas. Muchos de ellos lo saben, y protegen aquello a regañadientes. Sus inmersiones se basan en la no alteración de la escena de la nave. Y cuidado con quien así no lo entienda. Lamentablemente, no todos los casos y gentes comparten ese código. A veces cuando el Estado o Estados miembros, reaccionan para recuperar la historia de sus buques, ya es demasiado tarde.

Con la apertura del canal de Panamá y la construcción de carreteras y ferrocarriles en otros países del continente, la navegación mercante alrededor del cabo se redujo notablemente y con ello también los siniestros de embarcaciones, siendo utilizado en la actualidad solo por naves cuyo gran tamaño les impide el paso por el canal, como portaaviones o petroleros.

(Toda la información, en: http://abcblogs.abc.es/espejo-de-navegantes/2015/02/17/naufragios-en-patagonia-austral-cuando-espana-abria-el-camino/)

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