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Murió Aurora Bernárdez, primera esposa de Julio Cortázar

Aurora Bernárdez, la primera esposa y albacea de Julio Cortázar, murió a los 94 años, en París, en el Centre Hospitalier Sainte-Anne, donde había sido internada esta semana, luego de sufrir «un accidente cerebrovascular».

Aurora

Bernárdez estaba hospitalizada en el servicio de neurología de ese centro de salud, ubicado en el parisino distrito 14, y «murió a las 8.00 de la mañana» -hora de París y 4.00, de Argentina- informó a Télam ese grupo editoral, al que pertenece Alfaguara, a través del cual se publica la obra de Cortázar.

Aunque todos sabí­an que Aurora Bernárdez (1920-2014) no era la Maga, sí­ fue la otra Maga, la auténtica, la que impulsó a Cortázar a escribir «Rayuela», la que siguió siendo su amiga después de dejar de ser su mujer, y estuvo junto a él en su lecho de muerte y luego se convirtió en su albacea literaria, en la pregonera de toda su obra.

La primera mujer de Julio Cortázar, siempre estuvo presente en la vida del escritor desde su primer encuentro en el café Boston, donde una amiga -Inés Malinow- se lo presentó en 1948 cuando todaví­a era un desconocido.

Hija de padres gallegos, Aurora nació el 23 de febrero de 1920, estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y se graduó de Licenciada en Literatura.
Esa joven de «nariz respingadí­sima», como la describió el propio Cortázar, encontró muchas afinidades intelectuales con el escritor desgarbado que pronunciaba mal las erres, y ambos establecieron un ví­nculo indestructible, a pesar de los vaivenes de la vida.

Luego del viaje de Cortázar a Parí­s, con una beca del gobierno francés, Bernárdez se le unió a fines de diciembre de 1952 y consiguió varios trabajos de traducción.
«Comí­amos kilos de papas fritas, hací­amos los bifes casi clandestinamente porque en la pieza del hotel no habí­a cocina, ni nos dejaban cocinar, abrí­amos la ventana del cuarto para que no humeara tanto», describió Aurora.

Al año siguiente, los dos viajaron a Italia, donde pasaron de vivir en Florencia a recorrer el norte del paí­s y después de un tiempo en Roma, regresaron en agosto a Parí­s.

Enseguida contrajeron matrimonio por civil, el 22 de agosto de 1953, en el barrio de la Mairie. Primero Cortázar y después Aurora consiguieron trabajo como traductores en la Unesco, un oficio que ella sostuvo hasta 1985, siempre como contratados, porque querí­an ser libres y viajar a diferentes lugares. Y así­ lo hicieron cada uno por su lado, a Roma, Montevideo y juntos a la India.

A fines de los años 50 vivieron en un departamento de la rue Pierre Leroux, donde Cortázar empezó a escribir Rayuela. A principios de la nueva década el escritor consiguió un suculento contrato para traducir las obras completas de Edgar Allan Poe para la universidad de Puerto Rico, un trabajo en el que Aurora colaboró y que está considerado por los crí­ticos como la mejor traducción de Poe. Con los 15.000 pesos que le pagaron, Cortázar compró un viejí­simo ‘pavillón’ (galpón) en Parí­s para vivir.

Cuando terminó de escribir «Rayuela» (1962), Cortázar le escribió a Paco Porrúa (1922), director literario de Editorial Sudamericana: «El libro tiene un sólo lector: Aurora. Su opinión del libro puedo quizá resumí­­rtela si te digo que se echó a llorar cuando llegó al final».

«Aurora y yo, encastillados en nuestro granero, nos dedicamos al trabajo, a la lectura y a la audición de los cuartetos de Alban Berg y Schoenberg, aprovechando la ventaja de que aquí­ no hay nadie que nos golpee el cielorraso», escribe el cronopio mayor.

Y no hace mucho el escritor Mario Vargas Llosa, gran amigo de la pareja, recordó: «Los habí­a conocido a ambos un cuarto de siglo atrás en casa de un amigo común en Parí­­s, y desde entonces, hasta la última vez que los vi juntos, en 1967, en Grecia, nunca dejó de maravillarme el espéctaculo que significaba oí­r conversar y ver a Aurora y a Julio en tándem. Todos los demás parecí­­amos sobrar. Todo lo que decí­an era inteligente, culto, divertido, vital».

Aurora Bernárdez tradujo desde el francés, el inglés y el italiano al español a autores como Gustave Flaubert, William Faulkner, Vladimir Nabokov, Ray Bradbury, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Paul Bowles, Lawrence Durrell, Italo Calvino y Albert Camus.

En 1963, Aurora y Julio viajaron a Cuba, una experiencia decisiva para el escritor que comenzó a vislumbrar un camino diferente a través del compromiso polí­tico con las causas revolucionarias en Latinoamérica.

Por el contrario, Bernárdez volvió a Parí­s muy desencantada, sin querer regresar más a la isla, un hecho que marcó el comienzo de una «una crisis lenta pero inevitable», como le escribió Cortázar a su amigo el pintor Julio Silva. Ya habí­a decidido separarse, enamorado de la escritora lituana Ugné Karvelis, su agente en la editorial Gallimard.

La separación, luego de 14 años, no implicó un alejamiento entre ellos ya que mantuvieron su amistad hasta el final. El divorcio Julio se lo pidió recién ocho años después -ya que nunca formalizó su relación con Karvelis- para casarse con la escritora y fotógrafa Carol Dunlop.

La presencia de Aurora se afianzó en esa época en la que visitaba mucho a la pareja y cuando Dunlop se enfermó gravemente, ella estuvo allí.

Dunlop falleció, y casi de inmediato le diagnosticaron una leucemia a Cortázar, y Bernárdez vivió junto a él hasta su muerte, el 12 de febrero de 1984, y quedó como la única heredera y albacea literaria de su obra publicada.

Además, se hizo cargo de los libros de su biblioteca -excepto los libros en español, donados a la Biblioteca Nacional de Nicaragua»-, de sus documentos personales, manuscritos, cuadernos y diversos papeles sueltos.

Así­ es como se dedicó a publicar las obras inéditas de Cortázar: «Divertimento», «El exámen», «Diario de Andrés Fava», «Imagen de John Keats».

Posteriormente, «Cuentos inolvidables según Cortázar», «Cartas a los Jonquieres», «Papeles inesperados», cinco tomos de «Cartas» y «Clases de literatura. Berkeley», todos publicados por Alfaguara.

Si bien Bernárdez fue siempre muy renuente a la prensa y a los eventos, una de sus últimas apariciones públicas fue durante el Salón del Libro de Parí­s celebrado en marzo, donde la Argentina fue el paí­­s invitado de honor y Cortázar el escritor homenajeado, con motivo del centenario de su nacimiento.

«Me alegro mucho de que en una feria dedicada a Julio Cortázar estén sus libros, quiere decir que tiene muchos lectores y mucha gente que empieza a leerlo. En ese sentido estoy encantada, más que feliz», expresó a la prensa, seguida muy de cerca por el filólogo español Carles Alvarez Garriga, editor de los últimos libros cortazarianos.

«¿Un recuerdo bonito con Cortázar?» fue la última pregunta a la que accedió Aurora y con una sonrisa contestó: ‘Lean los libros, recuerdos bonitos hay en los libros'».

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