El trabajo de restauración fue minucioso, al punto de que levanta la fotografía original de Miguel Rodríguez, y da nuevo vuelo a la fuerza narrativa que el color y los claroscuros tienen en la historia original, ambientada en la décadas del 30 y 40, de la mano del escenógrafo Saulo Benavente.
Cuatro décadas atrás, en 1974, el cine nacional escribía una página memorable de su historia, con media docena de estrenos que vistos ahora ratifican que en democracia siempre dio lo mejor de sí, y “La Mary” es parte de aquel corto paréntesis de tres años, un recuerdo lleno de nostalgia.
A la efervescencia política tras 49 días de gobierno de Héctor J. Cámpora, y diez meses de Juan Perón, y a pesar de los conflictos políticos, los grandes títulos brillaban en las pantallas de la calle Lavalle, en todos los barrios y en el país, donde funcionaban alrededor de 2000 salas importantes.
“La Patagonia rebelde”, “Quebracho”, “Boquitas pintadas”, “El camino hacia la muerte del viejo reales” y “La tregua”, que un año más tarde competiría por un Oscar en Hollywood, fueron de la partida, al igual que “La Mary”, del veterano Daniel Tinayre, cuya filmografía había comenzado en 1935.
Lejos de la política pero también de lo que proponían comedias pasatistas o romanticas-musicales, como “La gran aventura”, “Clínica con música”, “Hay que romper la rutina” y “Operación Rosa Rosa”, con Sandro en su mejor momento, esta nueva película de Tnayre habría de convertirse en su legado.
La impulsora del proyecto fue Susana Giménez, que necesitaba dar peso a su desempeño como actriz, tras una carrera que ya incluía cine, con la independiente “Tiro de gracia”, pero también variopintas, como “Los neuróticos”, “He nacido en la ribera”, “La piel del amor” y “Veni conmigo”.
Susana leyó el libro original, «La Mary y el fiscal», de Emilio Perina (que muchos años después fue asesor de Carlos Menem), lo llamó a su amigo Tinayre, que lo recibió y, sorprendido, aceptó la idea, al punto de necesitar encontrar cuanto antes a quienes le dieran una mano en la adaptación.
Fue así que aparecieron el libretista televisivo Augusto Giustozzi, mejor conocido como Gius, y su cuñado, el cineasta José Martínez Suárez (hermano de Mirha Legrand), quienes lo ayudaron en la difícil tarea de convertir aquellas 200 páginas publicadas en 1965 por Stilcograf, en un guión a medida de sus figuras centrales.
El guión salió con una veintena de personajes para los que fueron convocados actores de fuste, como Alberto Argibay, Dora Baret, Teresa Blasco, Juan José Camero, María Rosa Gallo, Antonio Grimau, Olga Zubarry, Juana Hidalgo, Miguel Angel Solá, Juana Hidalgo, Guillermo Battaglia, Ricardo Bauleo, Dora Ferreyro, Golde Flami, Leonor Manso, Ubaldo Martínez, Rolo Puente, Jorge Rivera López, Hilda Suárez y Oscar Valicelli.
Tras este papel Monzón, cuya voz fue doblada por Luis Medina Castro, fue convocado por Leonardo Favio para «Soñar, soñar», y participó en un par de producciones italianas.
Aquel 8 de agosto fue inolvidable: de una vereda de calle Lavalle al 800, en la puerta del entonces imponente Cine Atlas, se estrenaba “La Mary” y en la de enfrente, la del Alfa (ex Hindú), desde una semana antes estaba en cartel “La tregua”, que nadie imaginaba un año después competiría por el Oscar.
La trama de “La Mary” no era fácil de resolver: por un lado estaba la compleja psicología de su personaje central y por el otro el coro de parientes y vecinos que se relacionan con ella, y pasan a formar parte de una trama que, además de romance, incluye una intensa pulsión de muerte.
Evaristo, es un humilde trabajador vecino de Isla Maciel a quien su hijita afiebrada lo llama desde su cama, forzándolo a regresar, mientras que el tranvía que por ese motivo perdió cae al Riachuelo y mueren casi todos sus ocupantes. Debido a este y otros episodios, los vecinos creen que la Mary puede anticipar el futuro.
Una década después, Mary es ya una joven muy alegre pero muy casta: una tarde, en un colectivo, un joven le sonríe, y cuando se baja, la sigue para saber dónde vive: esa noche la joven le dirá su padre que ya eligió marido, pero que no sabe ni quién es ni adónde vive.
Mary se reencontrará con aquel hombre, Cholo, que trabaja en un frigorífico y practica el boxeo, con el que vive un apasionado romance y se casa, al tiempo que sufre ataques de furia al escuchar la palabra “aborto” y tiene terribles premoniciones, actitud que la aísla y termina desatando una tragedia.
El leit motiv, parte de la banda de sonido de Luis María Serra, fue un hit en la voz de Marikena Monti: decía “De blanco te esperé, tan sólo para vos, pura y total / Perdóname este amor que nunca comprendiste, hasta el final…”, y todavía hoy sigue erizando la piel.
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