«A 18 años de su muerte, está pasando lo mismo que le pasó en vida: le faltan el respeto. Por desidia o por burocracia. A la hora de bailarla están todos pero cuando hay que mover un dedo, no», se quejó su biógrafo, el escritor y periodista Alejandro Margulis.
Como cada 7 de septiembre, los fans de Gilda se reunirán este domingo para rendir tributo a la autora de decenas de éxitos como «No me arrepiento de este amor» y «Fuiste», entre otros.
Algunos lo harán en el cementerio de la Chacarita, donde están sus restos, y otros en un altar instalado a la vera de la ruta en Villa Paranacito, donde perdió la vida en un accidente vial, a los 35 años, en 1996.
En el choque también fallecieron su madre y su hija, además de tres músicos y el chofer del minibus en el que viajaban.
Los seguidores reclaman que su ídola tenga un monumento en el cementerio y que se tomen medidas para que deje de inundarse el santuario de la ruta, explicó Margulis, autor del libro editado en 2012 «Gilda, la abanderada de la bailanta», como ella misma quería ser recordada.
El nombre de Gilda era Mirian Bianchi pero en su casa le decían Shyll, lo que daría paso a su nombre artístico.
Nacida el 11 de octubre de 1961 en un hogar porteño de clase media, se crio muy alejada del ambiente popular de la cumbia y la bailanta, música que no le gustaba.
Con casi 30 años, descubrió su pasión por la música e inició un nuevo rumbo que hizo estallar su matrimonio con el empresario Raúl Cagnin, con quien tuvo dos hijos, Mariel y Fabricio.
Venerada en varios países de Sudamérica, en su corta pero intensa carrera de cantante y compositora, grabó cinco discos, y llegó a vender más de un millón de copias en Bolivia, donde actuó en varias ocasiones, al igual que en Perú.
«Gilda fue una bisagra, ha superado barreras. Su música no es de gueto y atravesó las clases sociales. Se la escucha en la villa y la bailan las clases acomodadas», afirmó Margulis.
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