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11 de septiembre: Crónica de un Golpe Militar | Rodrigo Alarcón y Daniela Ruiz

A 39 años del Golpe Militar de 1973, que derrocó al Presidente Salvador Allende y el Gobierno de la Unidad Popular, la fecha aún divide a los chilenos, pero sus alcances y enigmas aún pertenecen a pocos. La siguiente es una crónica que detalla lo que aconteció ese día, contada por los protagonistas y quienes […]

A 39 años del Golpe Militar de 1973, que derrocó al Presidente Salvador Allende y el Gobierno de la Unidad Popular, la fecha aún divide a los chilenos, pero sus alcances y enigmas aún pertenecen a pocos. La siguiente es una crónica que detalla lo que aconteció ese día, contada por los protagonistas y quienes intentaron dilucidar este crucial episodio de nuestra historia.

“El 15 de septiembre, el Presidente Nixon informó al director de la CIA, Richard Helms, que un gobierno allendista no era aceptable para los Estados Unidos e instruyó a la CIA para que jugara un rol directo en organizar un golpe de Estado en Chile para evitar que Allende accediera a la presidencia”.

El relato corresponde al Informe Church del Senado estadounidense y fue citado por la periodista Patricia Verdugo en el libro “Allende: Cómo la Casa Blanca provocó su muerte”, que relata la directa intervención de Estados Unidos en el proceso que generó el quiebre institucional de 1973.

EE.UU. seguía con atención a Allende desde antes que ganara las elecciones del 4 de septiembre de 1970, pero intensificó sus acciones luego que se concretara su triunfo en las urnas.

De acuerdo al historiador de la Universidad de Chile, Sergio Grez, EE.UU. “comenzó a mover sus piezas en concomitancia con la extrema derecha chilena”, esfuerzos a los que más tarde se sumarían los partidos de derecha y sectores de la Democracia Cristiana que se oponían al gobierno de la Unidad Popular.

De acuerdo a Eduardo Contreras, diputado comunista en 1973 y actual abogado de DD.HH., el golpe se fraguó con activa participación de sectores civiles, como el gremio de camioneros; medios de comunicación, como El Mercurio, cuyo dueño Agustín Edwards se había reunido con el mismísimo presidente Richard Nixon; y de grupos “ultra, fascistoides, como Patria y Libertad, cuyo jefe es nada menos que decano de una universidad ahora, don Pablo Rodríguez Grez, que fue una persona que huyó del país y tiene una enorme responsabilidad en la preparación del golpe”.

“Pero junto a ellos, están los partidos políticos de derecha y centro. Nadie puede olvidar que en esta conjura también participó la oposición al gobierno de la UP, y en esa oposición están los partidos de derecha y la DC”, subraya.

De acuerdo al historiador Sergio Grez, Allende intentó un diálogo con la DC cuando percibió “la gravedad de la situación”. En particular, se reunió con Patricio Aylwin y el Cardenal Raúl Silva Henríquez. Pero las conversaciones no fructificaron: “Se entrevistó en un par de oportunidades personalmente con Aylwin, pero ante la intransigencia de la DC, y de Aylwin particularmente, que tiene una responsabilidad muy grande, se rindió a la evidencia de la inminencia del golpe de Estado. Como una maniobra desesperada para evitar este desenlace trágico, se decidió a llamar a un plebiscito, cuestión que ocurriría el mismo 11 de septiembre o al día siguiente, como una manera para dirimir el conflicto institucional”, dice.

No obstante, el tiempo se había acabado. Sectores de las Fuerzas Armadas, principalmente de la Armada, ya habían puesto en marcha la operación que acabó con el gobierno socialista.

Según Grez, Augusto Pinochet solo se unió a los golpistas cuando tuvo seguridad sobre la maniobra: “Mientras no estuvo claro que el grueso del Ejército se inclinaría por el golpe de Estado, Pinochet ocultó sus intenciones, se mantuvo en una posición a la expectativa, simuló lealtad al presidente Allende y al general Prats. Recordemos que el mismo día 11 de septiembre, Allende estaba preocupado por la suerte que le podría estar ocurriendo al pobre Augusto. Finalmente, cuando percibió que el viento soplaba a favor del golpe, sobre todo a instancias de las presiones ejercidas por Merino, decidió ponerse a la cabeza de este movimiento”, explica.

Según el periodista Manuel Salazar, coautor del libro “La historia oculta del régimen militar”, Salvador Allende y sus asesores sabían desde la noche del 10 de septiembre que las Fuerzas Armadas se aprestaban a derrocar al gobierno. Aun así, creían que encontrarían lealtad en Pinochet, Carabineros y algunos generales.

“La noche del 10 y la madrugada del 11, Allende está en su casa de Tomás Moro con algunos de sus asesores principales: Augusto Olivares, el periodista; Orlando Letelier, ministro de Defensa; Joan Garcés, asesor español privado, entre otras personas. Mientras comían con Hortensia Bussi e Isabel Allende, empiezan a recibir llamadas de distintas partes del territorio nacional y de algunos dirigentes de partidos de la UP, quienes indican que han recibido información de que se están movilizando tropas. Más o menos desesperadamente, los ministros tratan de chequear esta información. Allende, hasta ese instante, confiaba casi ciegamente en la lealtad del general Pinochet, de Carabineros y de algunos generales. Así lo había manifestado a algunos colaboradores. Consideraba que parte importante del Ejército, si no todo, y al menos Carabineros, respaldarían al gobierno de la UP. Solo tenía desconfianza y temor de la Armada y la FACH”, narra.

El Golpe

Advertido que en la madrugada del 11 de septiembre, las Fuerzas Armadas se habían tomado Valparaíso, el Presidente Allende se dirige hacia La Moneda a las 7:20 am desde su residencia en Tomás Moro, acompañado del Grupo de Amigos del Presidente (GAP), su servicio de guardia personal.

Veinte minutos después el mandatario ya se encontraba en la Casa de Gobierno y emite su primer mensaje a la nación, a través de Radio Corporación,  informando sobre un “levantamiento de la marinería”.

Sin embargo, al poco rato, el teniente coronel Roberto Guillard, lanza la primera proclama militar, por medio de la denominada “Cadena Democrática” formada por Radio Minería y Agricultura, donde emplaza a Allende a dejar su cargo en manos de las Fuerzas Armadas y Carabineros, quienes iniciarán “la histórica y responsable misión de luchar por la liberación de la Patria del yugo marxista, y la restauración del orden y de la institucionalidad (…)”.

La declaración, sostiene el coronel, es firmada por Augusto Pinochet Ugarte, por el Ejército; Toribio Merino Castro, por la Armada; Gustavo Leigh Guzmán, por la FACH, y César Mendoza Durán, de Carabineros.

Según Manuel Salazar,  hasta ese momento el Presidente y los dirigentes de la UP creían que podían contar con acciones de respaldo de parte de las FF.AA. y los partidarios del gobierno: “Creían que frente a un golpe iba a reaccionar el general Prats, muchas unidades se iban a levantar en apoyo y que el pueblo, las bases de los partidos, los obreros, empleados, las poblaciones, el aparato público, iban a salir a las calles a defender al gobierno. Ninguna de esas cosas ocurre, salvo contadas excepciones. Cuando escuchan el primer bando, se empiezan a dar cuenta de que las Fuerzas Armadas están unidas a lo largo del país”, indica.

El mensaje del coronel Guillard también daba un ultimátum para quienes se encontraban a esa hora en La Moneda: si no desalojaban antes de las 11, el palacio sería atacado “por aire y por tierra”.

Una vez que el personal abandona el lugar, en su mayoría mujeres y las dos hijas del mandatario –Beatriz e Isabel-, Salvador Allende dirige sus últimas palabras al país por Radio Magallanes – la única emisora pro UP no silenciada a esas alturas-, asegurando, tal como ya se lo había indicado a los golpistas, “que no se rendiría”.

“….mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile!, ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los trabajadores!  Éstas son mis últimas palabras, teniendo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una sanción moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”, declara Allende, quizás avizorando lo que sucedería en las próximas horas.

Mientras los tanques abren fuego contra el palacio de Gobierno, enfrentándose a miembros del GAP, el vicealmirante Patricio Carvajal  comunica a Augusto Pinochet la voluntad de Allende a “parlamentar”. Aunque Pinochet confirma que sigue en pie la oferta de sacarlo del país,  “el avión se cae, viejo, cuando vaya volando”, agrega.

Alrededor del mediodía, la amenaza se cumple. Los Hawker Hunter de la FACH, comandados por Mario López Tobar, disparan cuatro cohetes sobre La Moneda, mientras otro grupo hace lo suyo  en la casa de Allende.

Por años la identidad de los pilotos se mantuvo en secreto, hasta que el periodista Eduardo Labarca reveló sus nombres en 2011. Junto a Tobar, dispararon sobre el inmueble Ernesto González Yarra (Pekín) y Fernando Rojas Vender (Rufián), quien llegó a ser comandante en jefe de la FACH. Coordinando en tierra, estuvo el comandante Enrique Fernández Cortéz (Gato).

En tanto, Tomás Moro fue atacada por el capitán Eitel von von Mühlenbrock y el teniente Gustavo Leigh Yañez – hijo del comandante Leigh-, quien “erró el blanco y bombardeó el hospital de la FACH, por lo cual hasta su muerte  era objeto de bromas en la institución”,  relató Labarca.

El resultado en La Moneda es devastador, aunque siendo las 2:30 de la tarde los que quedan en el segundo piso del palacio insisten en no rendirse, pese a que el primer piso está tomado por los militares. Allende insta a su círculo cercano a bajar, afirmando que él lo hará al final.

Mientras los bomberos intentan apagar el fuego sobre la Casa de Gobierno, Carvajal le informa Pinochet sobre la muerte del mandatario. En inglés, “por la posibilidad de interferencia”,  le asegura que se ha suicidado. Aunque la versión ha sido cuestionada a lo largo de los años, el doctor Patricio Guijón dice haber presenciado cuando el presidente se disparó en la barbilla, gritando “Allende no se rinde, milicos de mierda”.

A las 3 se declara toque de queda en todo el territorio nacional, mientras a las 6 de la tarde los comandantes de la Junta  se reúnen en la Escuela Militar, celebrando la toma del poder del país.

Según el periodista Manuel Salazar, Chile vivió esas horas completamente polarizado y pocos sabían lo que realmente sucedería en los próximos años: “Una mitad del país estaba sufriendo y la otra mitad estaba celebrando lo que ocurría. Hay revistas y diarios donde se sacaron botellas de champagne, mientras en otros medios llegaban los militares, allanaban, detenían y llevaban a la gente a torturar. Fueron muy pocas las personas que siendo opositoras a la UP, comprendieron lo que estaba ocurriendo y qué iba a pasar en los años y meses posteriores”, relata.

En lo siguiente, se declararon proscritos el Partido Comunista y Socialista, mientras los restantes conglomerados fueron suspendidos con la disolución del Congreso.

En zonas rurales se detuvo a varios de los dirigentes de la Reforma Agraria, quienes en muchos casos fueron ejecutados en el mismo lugar de su detención. Se llamó a delatar a los adherentes del Gobierno por “traición a la Patria” y a aquellos que tuvieran cargos en organizaciones sociales a entregarse a las comisarías “para regularizar su situación”.

Se allanaron fábricas, reparticiones públicas y poblaciones como La Legua, La Victoria y La Bandera, donde sus pobladores fueron detenidos en masa. Al interior de la ex Universidad Técnica del Estado –actual Usach-, hubo enfrentamientos con académicos y estudiantes y fue allí donde se detuvo al cantautor Víctor Jara.

Se iniciaban así 16 años y medio de dictadura militar lideradas por el general Augusto Pinochet, con las consabidas violaciones a los derechos humanos, el establecimiento de un modelo económico neoliberal y el quiebre de 50 años de institucionalidad democrática en Chile.

Rodrigo Alarcón y Daniela Ruiz | Radio Universidad de Chile

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