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Preocupa la salud de Benedicto XVI

El Pontífice, de 84 años, llega a la Navidad con una intensa agenda y signos de agotamiento. El Papa asumió su pontificado hace seis años

Papa Joseph Ratzinger Benedicto XVI

El Papa Benedicto XVI parece exhausto. Quienes han pasado tiempo con él dicen que lo encontraron más débil que nunca y demasiado cansado incluso para seguirles la conversación. Ya no se reúne individualmente con los obispos que están de visita y usa una plataforma móvil para ahorrarse la larga caminata hasta la Basílica de San Pedro.

Benedicto cumplirá 85 años el año próximo, por lo que su debilitamiento es natural. Dada su edad y su rigurosa agenda de trabajo, es notable que haga todo lo que hace y que su salud sea en general buena. La semana pasada confirmó que viajaría a México y a Cuba dentro de unos meses.

Pero se advirtió un reciente desmejoramiento, en momentos que se prepara para las agotadoras celebraciones de Navidad. Ese desmejoramiento despierta interrogantes sobre el futuro del papado porque Benedicto ha manifestado que los papas deberían renunciar si no pueden hacer su trabajo.

La faena diaria de ser Papa tuvo su costo. Benedicto XVI perdió su vitalidad. Ya casi no se explaya espontáneamente, y algunos días hasta parece ido. La reciente visita a Asís, para todos los que participaron fue un día largo y arduo; para el envejecido Papa lo fue aún mucho más.

Que Benedicto esté exhausto sería un diagnóstico normal para un hombre de 84 años, incluso para alguien sin enfermedades conocidas y cierta agilidad mental. En 1991 sufrió una hemorragia cerebral que afectó temporalmente su visión.

Pero el papa alemán no es un hombre de 84 años normal, tanto por sus compromisos como por las implicancias de no poder cumplirlos. Los pontífices tienen permitido renunciar: el Código Canónico sólo especifica que la renuncia debe ser «manifestada libre y adecuadamente».

Pero apenas un puñado de papas lo han hecho. El último fue Gregorio XII, quien renunció en 1415 como parte de un acuerdo para terminar con el Gran Cisma occidental entre los papas rivales que reclamaban la silla de Pedro.

Fue el propio Benedicto quien contempló la posibilidad de renunciar si estuviese anciano o enfermo. «Si un papa se da cuenta de que no es capaz de manejar física, psicológica y espiritualmente las tareas de su cargo, entonces tiene el derecho -y en ciertas circunstancias, la obligación- de renunciar», dijo.

El ex cardenal Joseph Ratzinger vio de cerca el debilitado final del papado de Juan Pablo II. Luego de la muerte del papa polaco, a los 84 años, se supo que había escrito una carta de renuncia que podía ser invocada si sufría una enfermedad terminal o era incapaz de seguir.