En el ya lejano tiempo fundacional del rock argentino, Spinetta condensaba en su música influencias más diversas y profundas que las de otros -legítimos- padres del género; pero ahora, a los 61 años, combina esos elementos con inteligente sobriedad al tiempo que mantiene su música -madura y depurada- abierta a una nueva evolución.
Es así que el discurso musical del ex líder de Almendra entrega las líneas melódicas tenues y bellas y la expresividad poética de siempre, pero a la vez riquezas armónicas extrañas al rock clásico que provocan desde la ambiguedad funcional de algunos acordes y que emanan una sonoridad que borronea fronteras de género.
En ese contexto se desarrolló el concierto ofrecido en la renovada sala del teatro SHA -reinaugurado el viernes- en una noche a la que Spinetta llegó con su voz algo afectada.
Quizá por eso su canto reposó en su registro más natural, sin jugar con los graves a los que se animó en su último material de estudio (Un mañana, 2008).
Aquel disco fue el centro del concierto de anoche, donde Spinetta fue acompañado por Claudio Cordone en teclado, Matías Mendez (que tomó el lugar de Nerina Nicotra) en bajo, y Sergio Verdinelli en batería. El tecladista Juan Carlos «Mono» Fontana acompañó en calidad de invitado.
Con ese sólido respaldo instrumental, Spinetta inauguró la noche con canciones de sus últimos discos y exploró matices sonoros con «Mi elemento» y «Atado a la frontera».
El público que llenó el teatro, propenso a festejar aun antes de escuchar la primera nota, recibió luego una singular y lúcida versión de «La guitarra» (Atahualpa Yupanqui-León Gieco) para luego entregarse a un repaso de obras de otras glorias del rock.
En ese segmento, Spinetta ofreció «Té para tres» (Gustavo Cerati) y «Las cosas tienen movimiento» (Fito Paez), sin perder en modo alguno la sonoridad propia de su banda, para luego volver al andarivel inicial con «Espuma mística» y «Preso ventanilla», de cuño personal.
Vera Spinetta, hija del protagonista, sumó su voz -también disminuída- para asumir una bella versión de uno de los pocos clásicos de la noche, «Durazno sangrado» (Invisible) y luego «Cabecita, calesita», ya de este tiempo.
La intensidad del concierto cobró fuerzas con «Canción para el amor de Olga», una impecable pieza en tres segmentos incluida en «Un mañana» donde se filtran aires de rock «progresivo» que, en algún punto, le hacen un guiño a «Artaud».
Al cabo, el concierto se clausura tras más de dos horas de música, pero el público tarda en convencerse de que Spinetta no pondrá a prueba a la noche como en aquella experiencia de 2009 en Vélez.
Las luces se encienden a modo de inequívoca señal de cierre y, de a poco, el público cede y se retira. Y se lleva, de todos modos, la íntima convicción de haber participado de una experiencia musical honda e infrecuente.