Esperar en la esquina de la calle Itararé hasta hace unos días era un asunto peligroso, pero hacerlo ayer era vivir una escena de guerra. Una red de camuflaje colgaba del parante de un negocio y ocultaba a un grupo de soldados. Sobre la pared del costado, sentados con chalecos antibalas, unos treinta periodistas se cubrían de una posible bala perdida como la que el viernes le acertó a un fotógrafo de la agencia Reuters. Cruzar esa calle, una de las 44 que llevan al corazón del Complejo Alemao –la favela donde estaban acorralados unos 500 narcos– implicaba valor. Se miraba para todos lados y el pensamiento inevitable era que quizás esa fuera la última acción de la vida. En la otra esquina se volvía a respirar con el corazón al galope. Lo que se veía después era un edificio nuevo, una escuela que recuerda al periodista Tim Lopes, quien murió en 2002 después de ser torturado en esta favela. Allí, esperaban unos 50 policías militares.
Era el cerco final y su espera era para que los traficantes se entregaran. Si no lo hacían: invadirían.
El megaoperativo policial–militar –que ya es el más grande de la historia de la lucha contra la droga en Río de Janeiro– ayer entró en su fase final. Cuando eran las cinco y media de la tarde, la Policía Militar dio un ultimátum a los narcos que desde el jueves están escondidos en el Complejo Alemao, un grupo de 12 favelas y el bunker de los narcos que, desde hace una semana, lanzaron una ola de asaltos violentos con quemas de autos por toda Río de Janeiro.
Según el gobierno del Estado, los hechos violentos se debieron a que dos de las bandas de narcos que operan en la ciudad estaban perdiendo territorio ante los operativos de seguridad contra ellas. El Comando Vermelho y los Amigos de los Amigos (ADA) se unieron, entonces, para dar miedo a los cariocas como una forma de vengar su persecución.
Pero la respuesta a los ataques –que ayer ya habían dejado casi cien vehículos quemados en varios puntos de la ciudad– fue un megaoperativo encabezado por el Batallón de Operación de Policías Especiales (BOPE). Con los ojos del mundo mirando a la ciudad que será la sede del Mundial de Fútbol en 2014 y de los Juegos Olímpicos, 2016, el jueves se unió al operativo la Marina con tanques blindados y el viernes, 800 soldados del Ejército.
En total, están actuando 21.000 policías militares, 800 paracaidistas del Ejército y 25 tanques blindados, que son los primeros que entran en las favelas. Así sucedió el jueves cuando se “recuperó” la Vila Cruzeiro, una favela separada del Complejo Alemao y del Penha por un morro con una selva tupida. Por él huyeron el jueves, corriendo o en 4×4, unos doscientos narcos armados para enfrentar una guerra.
La ola de violencia –que ya lleva una semana– provocó 51 muertos y varios heridos, entre ellos vecinos que quedaron en medio del fuego cruzado. Muchos de ellos eran habitantes de las favelas del Complejo Alemao que fueron sorprendidos en sus casas por los narcos que escapaban de la Vila Cruzeiro y quienes no los dejaban irse de sus casas para asegurarse que la policía no actúe contra ellos.
Pero ayer a medida que se acercaba la noche, el tiempo del ultimátum parecía acabarse. El coronel Lima Castro, que actúa como vocero de la Policía Militar, pidió a los narcos frente a las cámaras de televisión que se rindan antes de que caiga el sol. Después –aseguró– la superioridad numérica de las fuerzas armadas “se haría sentir”. Y luego explicó que podían “invadir” en cualquier momento la zona ya que contaban con equipos para actuar de noche. A esa hora, ya unos trece traficantes se habían entregado.
Pero otros resistían. Las balas resonaron al minuto que esta enviada atravesó la peligrosa esquina. Los tiroteos se hicieron más intensos hacia el atardecer. La tensión eran nervios y expectativas. Nadie sabía bien qué iría a suceder.
El Complejo Alemao y su vecino Penha estaban cercados por completo desde hacía 48 horas. Ambos se asientan a los costados de la Sierra Da Misericordia. Una intricada geografía con mucha vegetación y que crea un escenario ideal para esconderse y a media hora de viaje en auto de la turística Copacabana, en la que ayer brillaba el sol y varios pasaban un día de playa. Pero, según los hoteleros y algunos dueños de restaurantes, eran muchos menos de los que comúnmente hay un sábado.
En dirección al norte de estas míticas playas está el Alemao que es, en realidad, un conjunto de 12 favelas, aunque crecen tan descontroladamente que algunos hablan ya de 14. Ahí, aseguran las estadísticas, la vida dura en promedio unos 64 años, el 10,9% de su gente no sabe ni leer ni escribir y se limitan a sobrevivir en esta región que concentra el 40% de los crímenes de Río.
“No somos todos bandidos”, aclara George un vecino que ayer a la tarde logró salir de su casa para ir a pasar la noche a la de un pariente en el centro. “Tenemos miedo. Mucho miedo. El jueves cuando llegaron los narcos fue un infierno. El 99,9% de nosotros somos decentes. Pobres, pero decentes. Vivimos presos de estos criminales, que van y vienen con sus motos vendiendo drogas. Está bien que llegue a protegernos el Estado, pero también deben saber que quienes compran la cocaína son los ricos de Río. A nuestros niños les venden pasta base y crack, veneno puro”, decía mientras se aseguraba como condición para hablar no ser identificado. Un acuerdo que toda la prensa hace para preservar la vida de los vecinos. Ayer, muchos de ellos lograron salir de sus casas y miraban por TV –como todo Brasil– la “invasión.” O lo que serían las horas más difíciles que, al cierre de esta edición, estaría por vivir Río.
Fuente: Clarín – Silvina Heguy