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SEMBLANZAS (L): Los insultos

«Ni hablar si usted, ante una torpeza de un compañero de trabajo y ante la presencia inequívoca de un error, le espeta ¡Tontolòn de Capirote!…» Especial por Jorge Daniel amena para radiofueguina.com

SEMBLANZAS



Por Jorge Daniel Amena (*)




Los Insultos



Que en realidad, para que el título hubiera sido completo, debería haber agregado el complemento “Interacción y propuesta”, pero como no se trata de un alambicado ensayo obviaremos la pompa y el boato, y seguimos como siempre, arrimando la catarata de pensamientos que tienen a usted por destinatario o víctima,- según su criterio- claro está.


A través del paso del tiempo los insultos, son/fueron una forma de expresar desagrado, provocación, ira o cualquier otro sentimiento soterrado que emerge a veces en forma de incontrolable explosión de manifestación de esos sentires o aviesamente con el fin de hacer daño intencionalmente.


Obviamente material sensible al paso de los años, y constituidos de material maleable, su potencialidad ha variado con el tiempo, así como el correlato que conlleva la acción de insultar; esto es el insulto en si.


Que usted le espete a un conductor desaprensivo el mote de “Zopenco”, no solo logrará ningùn efecto de porte ofensivo, sino por el contrario, despertará en el destinatario de la antigüedad idiomática un gesto de incredulidad, en el mejor de los casos,- cuando no- una duda acerca de su salud mental.


Ni hablar si usted, ante una torpeza de un compañero de trabajo y ante la presencia inequívoca de un error, le espeta ¡Tontolòn de Capirote! (…) lo que hubiera merecido en otras épocas literalmente recibir un guantazo en la cara y posterior lance en un duelo al amanecer, recaería en una carcajada del “ofendido” y una lluvia de todo tipo de elementos arrojadizos sobre su humanidad.


Las modalidades de impactar en la honra o en la sensibilidad, para divertimento y/u ofensa han variado con el tiempo, muchas de ellas han mutado en sus características y han adquirido nueva entidad, transformándose por caso en cordiales saludos. Por ejemplo; ¿Que haces boludo?… Antes eso era el preludio de un sopapo.


El Maestro inalcanzable y entrañablemente ausente, Fontanarrosa, manifestó en una Reunión de la Academia de Lenguas que las “malas palabras” tenían un coto conforme la “entidad” de las mismas, dijo: por ejemplo que: miseria, hambre, guerra, discriminación, genocidio, entre otras, era REALES malas palabras, rescatando la palabra, pelotudo como el significante preciso de una actitud, o una situación.


Nada más exacto.


No he encontrado nunca una expresión tan acabadamente justa y concreta para definir una situación y en tal sentido, ni tan siquiera llega a ser un insulto, sino simplemente un adjetivo calificativo a todas luces, correcto e inapelable.


No hay nada más contundente.


Pero existen variaciones respecto al particular.


Cuando uno dice, (o le dicen) “¿qué haces pedazo de pelotudo?”: ¿Qué implica el fraccionamiento en el funcionamiento de la completa entidad de la pelotudez?


Todo un enigma.


Por alguna razón; quizás que excede a la razón y en virtud de lo actuado con el componente de lo gestual. Se ha dado el fenómeno de que una porción del todo, es superlativamente superior al todo mismo. O sea: Pedazo de pelotudo, es mucho más que pelotudo a secas. Misterios que jamás serán revelados.


Otra de las expresiones que colman nuestros días con más que profusa secuencia es aquélla que, mentando a los ancestros, adjetiva con el determinante “hijo de puta”, que si bien se podría asignarle un sentido unívoco e injuriante, lejos está de ser esa circunstancia despojada de contradicciones, en el mundo de las palabras y sus aplicaciones.


Con traducción en todos los idiomas del mundo, suele tener para nuestro país, (aunque probablemente también en otros) una dualidad notable.


El mencionado apelativo suele ser empleado en forma admirativa, en referencia a aquel caballero que goza de la compañía de una señorita que (a juicio del calificador) resulta absoluta y desmesuradamente desproporcionada, en lo que a atributos físicos se refiere.


A más si el tipo no tiene un peso y la dama en cuestión es poseedora de una cuantiosa fortuna. ¡Que hijo de puta! Se escucha, el sentido es envidia y un dejo de admiración. (Un dejo importante), con más la reflexión muy intima de ¿porqué yo no?). Similar expresión puede escucharse respecto de ladrones de Bancos, piezas de arte valiosísimas, sin violencia y con una fuga prolija y planeada. (Aunque terminen todos finalmente presos).


La otra, injuriante, tiene un contenido emocional muy fuerte, es precedida de una discusión menor y generalmente termina mal, o no tanto si el ofendido hace caso omiso del insulto del que fue objeto y todo acaba con un par de empujones, alguna cachetada al aire y finalmente una multitud termina alejando a los protagonistas , para bien de todos.


Otras veces, el destrato verbal continúa con expresiones que ya no son usadas, como por ejemplo:- ¡Con mi vieja no te metas! , o bien –Tu vieja será una santa, pero vos sos un hijo de puta. (Digresión esta idiomática, de difícil comprensión).


Generalmente -salvo disputas de índole individual- el calificativo encuentra profusa raigambre en partidos de fútbol, actos políticos, y otras demostraciones masivas donde el anonimato aclara la voz, y vale desafinar y todo.


También suele caminar los intricados caminos mentales de los que lo utilizan en forma anónima, sea de la manera que fuere.


Como fuere, todo pasa y se extingue, y cambia de significado y las modas y los modos cambian.


Sea como fuera la forma de llamar a las cosas, lo que no cambian son las actitudes que motivan los calificativos.


Porque nos guste o no, la peor de las descalificaciones es ser intolerante; (con todo lo que ello implica).


Porque guste o no, o necesita ser dicho. Es un insulto en si mismo.


El peor de todos.






(*) Escritor, Abogado Constitucionalista – Ex Juez Nacional – ex Legislador provincial y Convencional Constituyente Nacional – Miembro permanente de la UNV(United Nations Volunteers) de la ONU.


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