Por Jorge Daniel Amena (*)
In Memoriam
Hace años escribí un libro. Y también hace años lo publiqué; participaron en los hechos mucha gente a la que siempre agradeceré el esfuerzo. El título: “Las tinieblas del Corazón”.
Basado en relatos de viaje a través de Sudáfrica; Zambia y Zimbabwe, intentaba contrastar el espinoso tema de las tinieblas con Joseph Conrad. Lo que constituía además de una insolencia, un relato en el que abundaban las descripciones geográficas (casi fotográficas), alguna historia, ilustraciones y no mucho más. De alguna manera había comenzado mi romance con un continente y contraído aquella enfermedad a la que se refería Henry Morton Stanley “la maladí D´Afrique” – la enfermedad de África- una patología que hace imposible el no regresar todo el tiempo. Con el libro en la calle procedí a ir personalmente a regalarle un ejemplar a Leonor Piñero.
Recuerdo que me recibió con todo lo que una escritora necesita tener a la mano, papeles, borradores, y algunos manuscritos que hechos bollitos se amontonaban en el cesto. Así tal cual. Y es cierto, el cesto es siempre el primer destino de lo que uno escribe.
Al tiempo recibí una carta-
No un E. Mail, ni un mensaje de texto.
Ni un fax.
Una carta. De esas que trae (o traía) el cartero que no constituyen intimaciones ni cuentas.
Una carta.
Con MI nombre y dirección. Y el remitente- Su remitente.
Como corresponde.
La misiva impresa a golpes, sobre la tecla impregnada en tinta, ME AGRADECÍA ¡! El conocer otros continentes a través de mi escritura. Y agradecía además que la gente tuviera ese privilegio, nada más ni nada menos de un habitante de esta ciudad.
Qué orgullo.
Muchos no saben por qué se escribe. El ego (que pudieran suponer) motoriza la actividad ni siquiera existe. Uno es esclavo de lo que escribe y publica para toda la vida, aunque no lo lea nadie y es más aunque nadie lo publique.
Es la necesidad de estar en contacto con el resto de todo lo que está fuera de la hoja de papel, llena de tachaduras, generalmente en la más completa de las soledades. Y no una vez. Todas las veces.
Alguien por esas cosas de la vida te dice: Que lindo lo que escribiste. La regla es no enterarse de nada. Ni buenas ni malas opiniones.
A los escritores y a las poetisas no se las despide. Jamás.
Tienen ganada una cuota de inmortalidad, misterio, y genera memoria.
Ejercicio que hemos dado por superado por el hoy inmediato, y el mañana incierto.
Por cierto, así como tengo a la vista una carta amarilla, tengo para mí las normas elementales de la escritura, las que llevó Leonor, hasta que solo cambió de sitio su lugar de trabajo.
Escribir no es solo una actividad. Es una mutación del espíritu definitivamente irreversible.
Y entonces parafraseando a Arthur Rimbaud, en su libro “Iluminaciones”
“Mientras los fondos públicos se disipan en fiestas de fraternidad, ella toca su campana de fuego rosa en las nubes”.
Gracias.
(*) Escritor, Abogado Constitucionalista – Ex Juez Nacional – ex Legislador provincial y Convencional Constituyente Nacional – Miembro permanante de la UNV(United Nations Volunteers) de la ONU.
.
(Se autoriza la reproducción, citando la fuente. Rogamos informar acerca de su publicación.)
Opiniones a info@radiofueguina.com