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Historias de héroes a villanos en el deporte

Con igual vértigo, aquellos deportistas que son adorados por sus fanáticos, pares y la misma prensa, pueden convertirse casi de inmediato en un “mal ejemplo”. Con la Copa Libertadores obtenida por Estudiantes aún fresca en las retinas de los amantes del deporte, sobresale un caso paradigmático en el fútbol argentino de la última década.

Juan Sebastián Verón, desde su aparición en la primera división del «Pincharrata» atrajo la mirada muchos, no solamente por la expectativa de ser el hijo del legendario «Bruja», campeón de todo a finales de los ’60, sino por sus condiciones propias. Su paso por Boca y su rutilante trayectoria por el fútbol europeo lo llevaron a ser, con el correr de los partidos, el líder indiscutido del seleccionado argentino de fútbol, especialmente de cara a la Copa del Mundo Corea Japón 2002.< ?xml:namespace prefix = o ns = "urn:schemas-microsoft-com:office:office" />

Pero el camino resultó tener piedras que no estaban previstas rumbo a la gloria deportiva y cuando faltaban dos minutos para que la eliminación del conjunto de Marcelo Bielsa se consumara ante Suecia en Saporo, la «Brujita» hizo aquel maldito gesto que le costó cargar hasta hoy con la mochila de ser, para muchos, el gran culpable de aquel fracaso.

Las palmas de sus manos para abajo, pidiendo paciencia ante un momento de apremio, frialdad que sólo los grandes son capaces de tener, fue interpretado por la mayoría como una demostración de «frialdad» y desinteres ante semejante escenario.

Verón continuó en el equipo nacional luego de aquel fatídico día, pero su idolatría había quedado de lado, ahora el villano, culpable único de una mala experiencia que, como en todo deporte de conjunto, lleva la firma de todos los integrantes de un plantel porque por eso se le llama equipo y no de otra forma.

Tenía que asumir Diego Armando Maradona la dirección técnica de la Selección para que Verón comenzara a reestablecer el idilio con los hinchas. Basile, al convocarlo para la Copa América 2007 en Venezuela lo había intentado, pero sin demasiados resultados. El equipo del «10» se presentaba ante la «Vinotinto» en la cancha de River por las eliminatorias rumbo a Sudáfrica 2010 y Diego decidió incluirlo en el segundo tiempo de un partido ya definido.

Los silbidos no tardaron en llegar ante cada pelota que tocaba la «Bruja» y fue el mismo entrenador quien enfrentó a los plateistas y les pidió, perdón, les reclamó que dejen de hacerlo y que lo respalden. Luego del partido, Maradona explicó en conferencia de prensa que Verón se había infiltrado para poder estar y que para él había hecho un gran partido.

Pero aún faltaba algo para que Verón se redima ante el público futbolero de nuestro país, a excepción de los hinchas de Estudiantes que nunca dejaron de idolatrarlo. Y la «Brujita» lo consiguió el 15 de julio de 2009 nada menos que en Belo Horizonte y con su equipo del alma.

Literalmente dio cátedra de fútbol y personalidad dentro de un campo de juego y los casi 40 millones de directores técnicos que habitan la Argentina se rindieron, por fin y una vez más, ante el talento y la capacidad de Juan Sebastián Verón. En 2010 será tiempo de revancha con la celeste y blanca, ahora, con mucho más crédito que antes.

Sin embargo, a lo largo de la historia del deporte argentino, el caso más emblemático del deporte argentino fue, es y será Diego Armando Maradona. Nacido el 30 de octubre de 1960 en Villa Fiorito, un “barrio privado… privado de agua, luz y gas”, según le gusta bromear al “10”.

Diego se consagró como el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos en la Copa del Mundo de México ’86 tras deslumbrar con el famoso segundo gol a los ingleses, entre otros destellos de su magia futbolística.

Como si fuera poco, llevó al Nápoli, un pequeño equipo del sur italiano a conquistar dos Scudettos y una Copa UEFA. En Napoles, Maradona pasó a ser más que San Genaro, el santo de la ciudad. Elevado literalmente al nivel de un dios, Maradona levantó la bandera de los pobres, dentro y fuera de la cancha.

Tanto ante los poderosos Milan y Juventus en el Calcio Italiano como ante el entonces presidente de la FIFA, Joao Havelange y luego su sucesor, Joseph Blatter. Creó el Gremio de Jugadores de Fútbol y los combatió políticamente sin descanso.

Pero como a todo héroe, le llegó la hora de la debacle. En 1991, todavía en el Nápoli y luego de haber denunciado que la final del Mundial ’90 olía extraño, fue suspendido por 15 meses por haber dado positivo un test antidoping.

La historia se repetiría en Estados Unidos 1994 tras el partido ante Nigeria, con la guerra declarada contra la FIFA y una vez más jugando para Boca, en 1997, hecho que significó el final de su carrera deportiva.

Por supuesto que las críticas fueron enormes y abundantes. Desde cómo un «ejemplo» para los demás podía ser adicto a las drogas hasta tantas otras barbaridades con las que se intentó destrozar a un hombre enfermo. Un hombre enfermo que nunca nadie supo cuidar y respetar en su hora más oscura, excepto, claro, sus incondicionales fanáticos.

La vuelta a la senda de la idolatría con participación activa en el fútbol, se dio recién en 2008, cuando el presidente de AFA, Julio Grondona, lo designó como el nuevo entrenador de la Selección, en reemplazo de Alfio “Coco” Basile.

El boxeador Carlos Monzón fue tal vez el que tuvo uno de los finales más trágicos luego de tanta gloria deportiva.

Tras defender en 14 oportunidades su título de campeón mundial en la categoría mediano entre 1970 y 1977, el santafesino se retiró de la actividad profesional con el mote del mejor pugilista argentino de la historia y, sin dudas, uno de los mejores a nivel global.

El 14 de febrero de 1988, cuando su esposa Alicia Muñiz, murió a causa de heridas recibidas producto de su caída desde el balcón de la casa que ocupaban en la ciudad de Mar del Plata, Monzón recibió el primer golpe de Knock Out. Fue señalado como el responsable.

Fue juzgado y declarado culpable en un juicio polémico y mediático y fue condenado a 11 años de prisión por homicidio simple.

Cuando se encontraba en la etapa final de su condena, comenzó a gozar de salidas restringidas para trabajar. En una de ellas murió en un accidente automovilístico el 8 de enero de 1995, en la localidad de Los Cerrillos en la provincia de Santa Fe.

Los de fronteras afuera

Deportistas de otras nacionalidades han sido protagonistas también de exitos y ocasos. Jesse Owens en los Juegos Olímpicos del nazismo estremeció al Führer y luego quedó en el olvido. O.J. Simpson afrontó un juicio por homicidio luego de ser figura del fútbol americano. Mike Tyson terminó abruptamente su carrera luego de ser acusado de abuso sexual.

En los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, el dictador nazi, Adolf Hitler, montó una imponente demostración de poder político y militar a través de la máxima cita del deporte mundial.

Entre el 3 y el 9 de agosto de ese año, Jesse Owens, un corredor de raza negra que competía para la delegación norteamericana marcó un hito en la historia del olimpismo al ganar cuatro medallas doradas en las narices del Tercer Reich.

Hitler, quien primero se limitó a aplaudir tibiamente ante los primeros logros de Owens, en las siguientes consecuciones de preseas, dictador se levantó y se retiró ofuscado y humillado del estadio Olímpico de Berlín.

Owens no solamente se transformó en el héroe de las minorías frente a los ojos de un mundo que se rendía ante régimen Nazi, sino que además, por muchos años sus logros deportivos no pudieron ser batidos.

A su regreso a Estados Unidos para volver a trabajar como botones del Hotel Waldorf Astoria, el atleta contó: “Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente”.

El entonces mandatario norteamericano se negó a mostrarse con el heroico atleta porque se encontraba en campaña de re-elección y temía las reacciones de los estados del Sur (notoriamente segregacionistas) en caso de rendirle honores a Owens. Este comentó más tarde que fue Rossevelt quien lo trató con brusquedad.

Owens terminó siendo Disc Jockey en Chicago y fuertemente criticado por apoyar turbulentos disturbios raciales.

Seúl albergó los Juegos Olímpicos de 1988 y un tal Ben Johnson rompió con todos los paradigmas y con todos los pronósticos. En la final de los 100 metros llanos su cronómetro marcó 9, 79 segundos. Récord olímpico y mundial. Se convertía en el atleta más rápido del mundo despojando del trono nada menos que al legendario Carl Lewis.

Pero horas después, el baldazo de agua helada. El Comité Olímpico Internacional hizo oficial el dóping positivo del velocista canadiense. Se lo despojó de su presea dorada y fue desterrado para siempre del olimpo deportivo. A pesar de que otros corredores tambíen fueron sancionados por dopaje, la guillotina cayó sobre Johnson, quien jamás tuvo la posibilidad de reivindicarse.

Al borde de un escenario similar estuvo el nadador norteamericano Michael Phelps, cuando en Beijing ’08 consiguió ocho medallas de oro en la natación olímpica. Si bien sus logros deportivos nunca estuvieron en jaque porque fueron conseguidos con absoluta legalidad, meses después la prensa británica difundió fotos suyas consumiendo marihuana en una reunión con amigos.

El mundo pareció derrumbarse, pero ni la WADA (Asociación Internacional Anti Dopaje) ni el COI (Comité Olímpico Internacional) amagaron con sancionarlo y si quiera investigarlo. Las críticas no faltaron, claro porque «cómo un deportista de elite y multicampeón podría incurrir en semejantes actividades que atentan contra la deportividad y el espíritu amateur del olimpismo»?

La respuesta vino rápidamente y sorpresivamente de un costado poco usual: sus colegas. Deportistas de todas las competencias alzaron sus voces en defensa de Phelps pidiendo que se lo deje «celebrar» en paz los logros conseguidos. Phelps sigue siendo el más rápido en cuanta competencia se le ponga delante y su «pipa» con marihuana ya es sólo una anécdota.

Orenthal James «O. J.» Simpson no fue un jugador más de fútbol americano. El nacido en San Franciasco, si bien pasó sin pena ni gloria por la NFL llegó trágicamente a la fama acusado de asesinar a su ex esposa y un amigo el 12 de junio de 1994.

Simpson fue declarado inocente en uno de los juicios más mediáticos que se tenga memoria ya que fue uno de los eventos más vistos en la televisión norteamericana.

El veredicto fue seguido en directo por televisión por más de la mitad de la población estadounidense, convirtiéndolo en uno de los eventos más vistos en la historia del país.

Hubo muchas críticas sobre el procesamiento y la actuación policial, y muchos afirman que Simpson hubiese sido declarado culpable de no haber sido por los fallos e irregularidades durante el proceso. A pesar de ser declarado inocente, la imagen pública de Simpson quedó muy dañada, y su carrera como actor, hasta ese momento la nueva veta del ex deportista, arruinada.

O.J. nunca más volvió al mundo del deporte, sin embargo, cada tanto es noticia por tener alguna aparición televisiva o un nuevo conflicto judicial.

Luego quedarán por nombrar otra infinidad de casos en los que el deporte catapultó a una persona a la cima del mundo y los bajó de golpe. Erwin «Magic» Johnson, estrella de la NBA fue multicampeón con Los Angeles Lakers en la mejor liga del Planeta y medalla de oro con su selección en Barcelona 1992.

Un año antes, al comenzar la temporada 1991-92, Johnson se perdió sus tres primeros partidos oficialmente por una infección estomacal.

No tardó en convocar una conferencia de prensa y conmocionar al mundo, el 7 de noviembre de 1991, anunciando que estaba infectado por el virus VIH y su inmediata retirada del baloncesto. Recibió el apoyo de toda la NBA, incluso del entonces presidente de Estados Unidos, George Bush, quien aseguró que Johnson «es un héroe» para él y para «cualquiera que ame el deporte».

El capítulo más complejo fue durante la presentación del Dream Team los Juegos de Barcelona, donde se puso en duda su participación por la enfermedad que lo aquejaba y fue puesto entonces en el banquillo de los acusados por «poner en riesgo la salud de los demás basquetbolistas».

Claro que nunca faltó el «juicio moral» porque por esos años el mundo estaba convencido que el VIH era una enfermedad que sólo contraian los homosexuales o los drogadictos.

Zinedine Zidane y su cabezazo a Marco Materazzi en la final del Mundial Alemania 2006 marcaron el final abrupto, con escándalo incluido, de la carrera de uno de los mejores futbolistas de los últimos años

Mike Tyson, «el hombre de acero» del boxeo también vio cómo su carrera se derrumbaba luego de ser acusado y sentenciado por abuso sexual. Retiros y vueltas sin exito llevaron a Tyson a inclinarse por la religión mientras su fortuna se esfumaba y caer, cada tanto, en las manos de algún promotor que lo convence de «un último gran regreso» para, de paso, salvar sus finanzas.

Fuente: Martín Goldbart / Telam