El 26 aniversario de aquel 2 de abril de fervores y marasmos tiene dos rasgos distintivos: su relación con los 25 años de democracia que se recordarán este año, y las prevenciones y alertas que genera un posible descongelamiento del actual statu-quo en una dirección aún más adversa para los intereses y reivindicaciones de nuestro país.
El primer aspecto habla de nuestras fortalezas actuales frente a las debilidades de entonces. Una dictadura despiadada e incompetente pretendió lograr mediante un acto de fuerza una soberanía territorial sobre las islas que se le negaba a los argentinos en su propio territorio continental. La Argentina reclamaba hacia fuera lo que no podía cumplir consigo misma.
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Y así nos fue.
Se produjo, sin embargo, un hecho que escapó a las previsiones y manejos de sus propios protagonistas: el reencuentro con América latina, el heroísmo de nuestros soldados, el colapso del poder militar y el inicio de la democratización.
La gran paradoja de Malvinas como derrota bélica es que «democratizó» una cuestión que había sido materia exclusiva de militares, geopolíticos y diplomáticos, la encarnó en las generaciones jóvenes, la transformó en un hecho social y en un mandato. La democracia recuperada quince meses después y los juicios a los máximos responsables fueron posibles por aquel descalabro provocado por la implosión dictatorial. Aquellos soldados que volvieron de las islas, ignorados y abandonados a su suerte, fueron también los padres de esas conquistas.
Desde entonces no sólo no hemos hecho lo suficiente para honrar a los ex combatientes sino que tampoco se logró sacar al conflicto de donde lo dejaron los responsables de aquella operación militar que terminó en desastre. El riesgo, ahora, es que avancen formas de renovado colonialismo sobre el Atlántico Sur y la Antártida, como la pretendida autodeterminación de los kelpers.
Fuente: www.clarin.com