Cuerpo de gimnasta, con un tórax amplio y piernas cortas; mirada de galán, guiada por ojos celestes y facciones suaves; y una parquedad apenas disimulada por una simpatía a reglamento. Así es Sebastien Loeb, el ganador –por cuarto año consecutivo– de Rally de Argentina. Casado con Severine, padre de Valentine, y poseedor de un talento deportivo extraordinario que lo hace invencible en tierras cordobesas, el francés volvió a triunfar y consiguió el récord de victorias en este país: cuatro.
Habla un inglés práctico y siempre parece atento, y aunque el paso del auto que conduce no genera la excitación que otros sí (Petter Solberg, que ayer abandonó, suele despertar más entusiasmo) hasta el neófito detecta una forma de manejo especial. Es que el galo lleva su Citroën con la delicadeza de un pintor que desliza el trazo de su brocha suavemente.
Con esa maestría ganó cuatro carreras mundiales en Argentina (2005, ‘06, ‘07 y ‘08) y es cuádruple campeón del planeta. Si eso aburre es otra discusión, porque su trabajo es ganar cada carrera.
Se corrieron ayer dos especiales: dos de Traslasierra, y uno más en el Estadio Córdoba y Loeb se quedó con uno, El Cóndor-Copina. A veces, las batallas de un día se ganan con vehemencia, pero la guerra, que dura tres, es para los pacientes.
Cuando le preguntan a Loeb por qué, ante un escenario embarrado, de caminos destrozados y lluvia intermitente, los demás se equivocan y él no, él no sabe qué contestar, sólo abre la comisura de los labios y dice que eso no siempre pasará, que en algún momento le ganarán.
Mientras eso no ocurra, gana y gana y convierte a esta etapa del Rally Mundial en un capítulo hegemónico, dominado por él.
Quién lo para. Alguien debería detenerlo, alguien debería correr a la par así no se lleva todos los laureles, por el bien de los que se emocionan con la competencia.
No pudo Marcus Gronholm, que, cansado de no hacerle cosquillas en los últimos tres años, se retiró a fines de 2007. Parecía –parece– que Mikko Hirvonen sí podrá. Llegó al 28º Rally de Argentina como puntero del torneo y aceleró sin medida. Y sin mirar: se comió una piedra a mitad del Especial 5, el primer día, y destrozó el Ford Focus. Esas cosas, por sabiduría e inteligencia, a Loeb no le pasan.
Tampoco le ocurrieron al australiano Christ Atkinson, dueño de la segunda posición final en Córdoba. Ayer, el abandono de su compañero el noruego Petter Solberg (parece engualichado, no le sale nada) lo dejó detrás de Loeb a falta de los últimos tres especiales y el oceánico llevó a su auto hasta el final sin apurarse. El tercero, el español Daniel Sordo, venía a más de 3 minutos y ya le era imposible subir más escalones.
Más atrás, el cordobés Federico Villagra estaba enfrascado en una lucha contra él mismo. Al “Coyote” se le rompió el acelerador el sábado, el sistema de arranque ayer antes de largar, y perdió la cabeza en el especial del Estadio Córdoba.
Como su Ford no reaccionó y se quedó estacionado al largar en el Chateau, Villagra se puso como loco y aceleró tanto que pasó de largo en la primera curva. Era el final de la carrera, todo parecía perdido y el sexto puesto que hasta ese momento conseguía se diluía como la leche en los piquetes del campo.
Pero “el Coyote”, viejo zorro, sacó el auto del atolladero y lo dejó en el parque de servicio como el mejor argentino.
Cerca de él, Loeb festejaba con champán en el box de Citroën. Cada victoria, de las 39 que ya tiene en el Rally Mundial, dice que es especial. Como buen francés, es la parquedad la que hace poco creíble su entusiasmo y si hay alegría en el gimnasta nacido en Haguenau, eso no se sabrá.
Fuente: La Voz del Interior