Espectáculo en la pista y la grada a reventar con cerca de un cuarto de millón de aficionados. Todo lo que rodea a la Nascar es sinónimo de fiesta y diversión. Banderas negras a pilotos excesivamente lentos, entradas de más 35 coches a la vez en boxes, copilotos observadores que indican a sus pilotos donde colarse para avanzar posiciones, cazas sobre el circuito, vehículos de todos los colores, incluso un dueño de equipo con gran palmarés en la NFL, incluyendo varios títulos de la Superbowl como entrenador.
Y por si esto fuera poco novias, abuelas y demás parentesco apareciendo en pantallas gigantes mientras sus familiares luchaban por el triunfo, Montoya haciendo de Montoya… en lo bueno y en lo malo (segundo a falta de trece vueltas y 32 al final). Todo lo que hace de este deporte una estrella de las retransmisiones televisivas y un gran entretenimiento para los que asisten, durante todo el día, a presenciarlo en directo.
Más de tres horas de carrera, 16 líderes diferentes y 42 cambios en la cabeza, 23 vueltas tras el coche de seguridad, una media de 244,620 km/h para el ganador que alcanzó una velocidad punta de 302,556 km/h; todo eso con 43 vehículos separados por milímetros. Sin embargo, en esta ocasión, dejaron casi toda la emoción para el final. En las primeras 150 vueltas tardaron dos horas; para las últimas cincuenta utilizaron ochenta minutos. Seis banderas amarillas, algunas de ellas muy publicitarias para reagrupar a los participantes y aumentar la igualdad en la meta.
Con esa situación se llegó a la última vuelta de la «Gran carrera americana». Los coches de Tony Stewart y Kyle Busch se disputaban el honor de ser el primer Toyota en imponerse en una prueba de la Nascar, cuando surgió la unión del equipo Penske, que llevaba 81 carreras sin ganar, para dar al traste con la opción de victoria del primer coche no americano.
«Sin mi compañero no habría podido ganar. Agradezco mucho la ayuda de Kurt», fueron las primeras palabras de Ryan Newman tras proclamarse ganador de las 500 Millas de Daytona después de haber salido séptimo en parrilla. Y no le falta razón. La actuación de Kurt Busch fue determinante para el piloto de Indiana. El coche de Busch empujó a Newman y logró que aumentase la velocidad para coger la cabeza de carrera. Después ya no hubo forma de superarlos. El nuevo rey de Daytona se había coronado en una edición muy especial, la número cincuenta.
Al final, fuegos artificiales para celebrar la victoria de Newman, el aniversario del mítico trazado de Florida y la inauguración de una nueva temporada de la que faltan 35 citas. El óvalo enloquece a sus defensores y todos los ganadores en Daytona pasan a ser mitos vivientes.
Fuente: As