Se agarran las cabezas y se suelta el griterío. Ahora sí que vale el delirio. Alguna bruja debe haberse paseado por Avellaneda, sino, no podrá explicarse tanto sufrimiento. Imposible. Fiel a su espíritu luchador, todo le costó demasiado a Arsenal. Muchísimo. Un gol cerca del final -la corajeada de Andrizzi-, cuando la causa parecía perdida, elevó los brazos al cielo en una celebración de novela, con argumento de suspenso y final rosa. América se impuso por 2 a 1, pero a estas alturas qué le importa eso al pueblo de Sarandí. Nada. Arsenal saborea el néctar de los vencedores. En su mente repasa una mil veces la vuelta olímpica y su dorada posesión: la Copa Sudamericana. Sí, el Arse , el del barrio, el que hasta hace poco peleaba en el ascenso, llegó a su tiempo más glorioso.
Nada estuvo cerrado pese al éxito por 3 a 2 que Arsenal se trajo de México. La final tuvo la adrenalina de los grandes encuentros. Nunca defraudó en un combo de emoción, entusiasmo, acciones cambiantes y situaciones de riesgo. Se jugó con intensidad. Ninguno ahorró energías ni se proyectó más allá de la jugada inmediata. El corazón dominó las ideas en busca de la coronación. De un lado y del otro.
América no jugó con desesperación pese a que tuvo toda la responsabilidad en su espalda. Los mexicanos tomaron la iniciativa en el comienzo, pero sus movimientos fueron medidos, como en un prolijo estudio del panorama. Insúa apareció en varios momentos en acción. Cabañas recorrió con peligrosidad el área. Aunque cada intento terminó con algún centro cruzado bien resuelto por los zagueros del equipo de Sarandí. Fue un momento de tanteo, de análisis.
Arsenal, un experto en las cuestiones tácticas, no le dejó un espacio libre a su adversario. Con un sólido bloque defensivo, trató primero de no pasar mayores sobresaltos y luego salió rápido en busca del contraataque. Nada reprochable. De a ratos, ante la falta de imaginación de América y la solvencia de Arsenal, el desarrollo se volvió tedioso, disputado y enredado, características casi siempre notorias en las finales.
De repente, Arsenal perdió la tranquilidad por una equivocación propia. Rojas se escapó de la marca de Gandolfi y, desde la izquierda, sacó un centro que Christian Díaz empujó contra la red propia. Los visitantes se encontraron con la apertura cuando más cerrados que nunca parecían los caminos hacia el arco de Cuenca. Enseguida, Calderón tuvo el empate tras un rebote del arquero Ochoa, pero, de atropellada, el delantero estrelló la pelota en el palo izquierdo.
El nerviosismo movilizó a todos. Arsenal abandonó su posición expectante y se lanzó con algo de desorden. América respondió cada vez que pudo. Se jugó con intensidad, con ardor, y ninguno rehuyó la pierna fuerte. Creció la intensidad. De un lado y del otro. Calderón se quedó con una pelota luego de un mal rechazo, pero esta vez el travesaño silenció el festejo. Mosquera, debajo del arco, pateó desviado un centro rasante. Increíble.
La defensa de América dio pocas garantías con el juego aéreo. Así, otra vez Mosquera y San Martín, ambos de cabeza, estuvieron cerca del empate. Los mexicanos reaccionaron con una jugada rápida; Cabañas se escapó, Matellán lo derribó dentro del área y el árbitro Ruiz no cobró el penal.
El peor momento de Arsenal estaba por venir. El zapatazo de Silva se coló cerca del palo derecho de Cuenca y heló la sangre. Ya no hubo línea futbolística. Se rompieron las estrategias. Arsenal fue un manojo de nervios y desorden. América no cambió su posición original: apostó por el control de la pelota y buscó las corridas de Cabañas. No siempre le dio resultados. Arsenal salió a flote con el coraje de Andrizzi, que entre mil piernas y rebotes se llevó la pelota dentro del área y, cayéndose, definió cruzado. Hubo dramatismo, ansiedad, calor. Sobre el final, Davino y Castromán se fueron expulsados. Con el banquete servido, Arsenal se sentó en la cabecera en la mesa de los ganadores.
1 solo partido perdió Arsenal en la Copa Sudamericana; fue justo anoche; además, el conjunto de Sarandí no ganó como local.
Fuente: La Nación